miércoles, agosto 13, 2008

Metamorfosis


Cuando ya no te acuerdas de como empezó todo, es hora de volver atrás. Tal vez fue en un pupitre o en alguna clase de gimnasia. Cuentan que la última noche que pasaron juntos Orson y Rita fue la mejor de sus vidas, bailaron hasta el amanecer y luego se despidieron, sabedores de que lo habían pasado fetén, pero ya nunca volverían a estar juntos.

El cine y la televisión siempre nos vendieron que tendríamos que ser felices en nuestra adolescencia, que nos convertiríamos en capitanes del equipo de rugby y conquistaríamos a la capitana de las animadoras, coronándonos reyes del baile de graduación, con romántico desenlace y más gloria que pena.

Nuestra adolescencia no fue como debía haber sido, pero echamos unos cuantos buenos ratos y además sobrevivimos a aquellos años de reparticiones, inseguridades y acné intermitente. Nunca nos agradó demasiado pasar por el aro, pero tampoco nos gustaba alejarnos demasiado de él, por si acaso.

Conocimos algo parecido al amor, que es cuando no eres correspondido, y cuando echamos la vista atrás, estamos convencidos de que fue mejor así. El verano era tierra de promisión, dejábamos al lado la rutina y el olor grisáceo de las que podrían haber sido nuestras hipotéticas parejas dieciseisañeras.

Exploramos senderos etílicos con la ilusión de los que podían beber legalmente a los 16, anticipamos fiestas y botellones inolvidables, fechas de las que se recuerdan con un número y una letra. Buscábamos conocer nuevas féminas fuera de nuestro ajartonado círculo de compañeras / conocidas y lo que conseguimos fue conocernos un poco mejor a nosotros mismos.

Parece que todo ocurrió hace un millón de años, pero no fue hace tanto, hace apenas 3 juegos olímpicos, cuando la generación perdida del 79 encontró su lugar en la noche.

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