domingo, febrero 25, 2007

Quiniela de los Oscars


Aquí llega la alfombra roja más esperada del firmamento cinematográfico. And the Oscar goes to …

  • Mejor Actor Secundario: Djimon Hounsou (“Diamante de sangre”): Este pedazo de actor ya demostró su calidad como interprete de carácter en “En América”. Esta vez le da la réplica a Di Caprio en una peli de acción con mensaje, con la que se ha consolidado como uno de los grandes, dispuesto a ser mucho más que un especialista en papeles difíciles.

  • Mejor Actriz Secundaria: Cate Blanchett (“Diario de un escándalo”): Esta hada, venida de la lejana Australia se va a llevar su segunda estatuilla por un papel con infinidad de aristas y por no haber sido nominada por “Babel”. Sus 4 o 5 películas anuales la han convertido en un rostro imprescindible en el cine del nuevo milenio, con esa belleza tan poco canónica y, a la vez, tan carismática.

  • Mejor Actor: Forest Whitaker (“El último rey de Escocia”): Este grandullón, especialista en reencarnarse en excéntricos al otro lado de la línea de la cordura, pasará esta noche a la historia del cine por una de esas películas en las que el protagonista lo es todo.

  • Mejor Actriz: Helen Mirren (“La reina”): La perfecta caracterización de un personaje al que todo el mundo conoce, le van a valer a la actriz de la tercera edad más sexy del momento una merecidísima estatuilla, por encarnar a una mujer rescatada de un dorado infierno de papel cuché, a ritmo de Pompa y Circunstancia.

  • Mejor Guión Original: “Babel”: El tándem Iñarritu-Arriaga merece cerrar con todos los honores su trilogía sobre el sufrimiento. Esta pareja de animales cinematográficos ha reivindicado como nadie el status de los latinos en una industria que hace años les condenó a papeles secundarios y en la que hoy en día son los reyes del mambo.

  • Mejor Guión Adaptado: “Borat”: La gamberrada de Sacha Baron Cohen merece llevarse el eunuco dorado, por el mero hecho de haberse hecho un hueco entre los nominados. Si los americanos saben reírse de si mismos y aguantar que el bigotón les tome el pelo, todavía queda algo de esperanza en el mundo.

  • Mejor Director: Martin Scorsese (“Infiltrados”): El maestro Marti se va a hacer esta noche con una estatuilla que debería haber ganado hace más de tres décadas. La academia saldará cuentas con uno de los mejores directores de la historia del cine y, sin duda, el que más veces se ha quedado con la miel en los labios. Todos sabemos que no es su mejor película, pero, esta claro, que es mucho mejor reconocerle sus méritos así, que con uno de esos lacrimógenos Oscars honoríficos.

  • Mejor Película: “Pequeña Miss Sunshine”: Esta pequeña obra maestra se enfrenta sin complejos a cuatro pesos pesados, estando el galardón más codiciado en juego. A su favor está el saberse la propuesta más original y fresca de todas las que están en liza. Esta road movie familiar e independiente pasará la noche rodeada de cartón piedra, esperando que llegue su momento para salir a la palestra y poder desafinar de nuevo, mientras sus protagonistas hacen que bailan sobre el escenario del Kodak Theater, con la inmensa grandeza de los que no se toman demasiado en serio a sí mismos.

miércoles, febrero 21, 2007

Parque Juan Bravo (1998–2002)


Este es un pequeño homenaje al que fuera cuartel general de los M.A.F (Muchachos Alcoholizados Findesemanales), ese mítico parque erigido en Príncipe de Vergara esquina Juan Bravo, frente al bloque en el que vivía Coronado en “Periodistas”. Un sitio en el que infinitas veladas empezamos nuestras correrías nocturnas.

Nuestro primer botellón allí tuvo lugar el sábado 7 de noviembre de 1998, aquella noche nos juntamos unos cuantos fieles y algunos asimilados. Hasta entonces, Tribunal había sido nuestro parque, pero por aquellas fechas empezaron a frecuentarlo numerosos adolincuentes, así que decidimos migrar a tierras más plácidas y pijas.

Supongo que aquella primera vez consistió en Ron y algo más. Compramos todo en el 24 horas que abastecía el parque y, no sabría decir, que fue antes: las cortezas que hacían bola y nos daban más sed o los botellones en aquella Plaza.

Desde ese primero, acudimos fieles a nuestra cita con aquel parque siempre que no tuviéramos nada mejor que hacer y/o las condiciones meteorológicas lo permitieran. Cuando el frío apretaba por allí, unos rotundos guantes de botellón eran tus mejores compañeros de melopea.

Aquellos botellones nos sirvieron para hacer un poco menos ricos a los antros tipo O’Nabo o Copey, donde podríamos haber empezado las salidas. Y también para llegar lo suficientemente mamaos a los garitos grandes, como para no tenernos que beber más del par de copas que por aquel entonces podíamos permitirnos pagar.

Entre columpios, rodeados de perros o enfangados en arena; siempre supimos hacernos un hueco en aquel sitio. Con cuidandito de no acabar regados por los aspersores y descontando los minutos que quedaban para atravesar la zona “Trata de arranCarlos, Carlos”, preludio en un 60% de los casos de una bajada rodando al mitológico Gatsby.

Alrededor del parque había un ecosistema de madrigueras parásitas que vivían a costa del esplendor del botellodromo: como el Far West , que siempre te devolvía lo que te había quitado; La Marea, en la que comprábamos unos minis cuando no había quórum para botellonear y el whisky era una bebida proscrita en el grupo; o el Vog, donde si te enchuzabas lo suficiente podías acabar agarrando cabezas de mujeres como si fueran balones de baloncesto.

En la última época, cuando la ley seca amenazaba nuestro hígado, venían camiones cisterna del SELUR que te echaban del sitio con agua a presión, mientras fantaseabas con un Madrid sin presidentes autonómicos reaccionarios, con ínfulas de alcalde de cejas canosas, a los que no les importa que la mayor parte del alcohol que se sirve en los garitos de su ciudad sea pura mierda.

Aquel fue el escenario de los Megatellones, esos eventos homéricos en los que celebrabamos que ya no teníamos 20 años y aún bebíamos para contarlo. Noches grandes en las que las mujeres venían de regalo en las bolsas de hielo y el que fuera baja merecía ser arrojado al mar dentro de una caja pertrechada con mil candados.

Juan Bravo Park era un lugar para confundir a Victor Ríos con Victor Muñoz, cruzarle la cara a una Gilda de Garrafón, decir que lo único bueno que hay en Granada son los Planetas, celebrar la buena salud de la Diplotetas y acabar refugiado del frío en el Kiwuga, festejando que aún te quedan muchos libros de Bukowski con los que seguir regando el gaznate ...

La Nostalgia es esa sensación de que lo bueno que has vivido no es más que un anuncio de que lo mejor está a punto de llegar. Cada vez que paso por delante de ese parque - ahora enrejado - siempre pienso que el paraíso se tiene que parecer un poco a ese Teatro de los Sueños etílicos, en el que un día aprendimos a beber y, de paso, a vivir.

sábado, febrero 17, 2007

Bardem


Aprovechando el estreno del documental “Los Invisibles” en Berlín, voy a escribir un poco sobre el mejor actor de nuestro cine, el imprescindible Javier Bardem.

Cuando le nominaron al Oscar por “Antes que anochezca”, se hartó de hacer declaraciones en las que dejaba entrever que no estaba preparado para recibir la estatuilla. Según él, lo mejor sería ir a la ceremonia con resaca, para tener los biorritmos bajos y evitar que los nervios se le acabaran saliendo por la boca.

El paraíso para Bardem es algo tan sencillo como echar unas risas mientras toma unas Coronitas en compañía de sus eternos amigos, con la seguridad de que en un rato se encontrará con una de esas mujeres imposibles a las que es capaz de seducir con su perenne voz cazallera y ese físico de boxeador pseudo intelectual.

Si hay algo que le distingue de los demás actores, es su capacidad para seleccionar concienzudamente los papeles. Pasa de los trabajos alimenticios, porque tiene suficiente dinero como para no tener que madrugar para rodar películas que el jamás pagaría por ver.

Odia los programas de cotilleos que hurgan en su intimidad, porque no les debe nada. Si de él dependiera todos los paparazzis serían exterminados de la faz de la tierra. Como fiel representante de la generación del 69, solo le importan de verdad su familia, el cine, las mujeres y sus amigos; aunque no necesariamente en ese orden.

Después de la nominación al Oscar, la industria hollywoodiense llamó mucho a su puerta, pero él es mejor actor y más listo que Banderas y Pe. Sabía de sobra que en Hollywood y con las mujeres, la mejor forma de triunfar es hacerse el duro fingiendo que no te interesan.

Trabajar con Amenabar y Fernando León le consolidó definitivamente como el más grande en España y llamó la atención de unos cuantos directores prestigiosos que no descansarían hasta convercerle de trabajar con ellos, sus nombres: John Malkovich, Michael Mann, Milos Forman, los Coen, Mike Newell, Soderbergh y, como no podía ser de otra forma, Scorsese.

El día que le entregó el premio Donostia a un circunspecto De Niro, Bardem parecía mucho más nervioso y emocionado que Bobby. No podía sospechar que en unos años él sería uno más de esa añeja estirpe de Centauros del Desierto, dispuestos a hacer buena cualquier película con su mera presencia.

jueves, febrero 15, 2007

¿Recibes lo que das?



Quiero que en mi epitafio ponga que fui el único español que se compró el disco de los New Radicals. Han pasado ya casi ocho años desde que me lo compré y todavía hay emisoras que siguen poniendo "You Get What You Give", sin duda, un clásico de finales de milenio.

Chema Rey se hartó de pinchar la cancioncilla al comienzo del Bulevar durante meses. Corría el año 99, una época que siempre recordaré como de transición, aunque no sabría decir bien hacia que. Creo que el disco me lo compré en mayo, poco antes de los exámenes y se convirtió en la banda sonora ideal para un descalabro.

Aquel verano mis huesos acabaron en tierras chicharreras para surcar olas de viento medanero a lomos de mi tabla de surf imaginaria. A ritmo de salsa y bachata se nos fue curtiendo la piel, como les crece el hematocrito a los ciclistas que entrenan en altura o acaban fundidos los futbolistas que hacen la pretemporada en Suiza, Austria y similares.

El curso baloncestístico 99-00 fue uno de los más duros y apasionantes que recuerdo. A parte del anillo de los Lakers, cada viernes del primer cuatrimestre tenía clase de inglés a eso de las 11 de la mañana. A mi grupo le tocó en un aula con mesas redondas, de esas que teníamos en parbulitos para que pudiéramos hacer trabajos manuales con plastilina.

Cada viernes aprovechábamos la clase para comentar lo que íbamos a hacer el fin de semana, echar unas risas e introducirnos en el fascinante mundo de las apuestas deportivas. Lo habitual era que fiscalizaramos todo lo que sucedía ese fin de semana (fútbol, baloncesto, motos, F1, ciclismo ...) para hacer una apuesta combinada que se pagaba en copas.

Estábamos tan ocupados en las clases, que no hacíamos mucho caso a la profesora. Un día llegó a nuestros oídos que había que hacer un trabajo que contaba la mitad de la nota de la asignatura. La cosa iba de inventarse un producto y hacer una campaña de publicidad.

Como no sabíamos nada de anuncios y no nos apetecía hacer el trabajo, lo dejamos para el penúltimo día. Era la semana antes de las vacaciones de Navidad, así que cuando nos juntamos para hacerlo acabamos organizando una cena para el día siguiente.

Al final decidimos trocear la presentación que teníamos que hacer, para compartir la humillación. No me acuerdo muy bien de que iba mi parte, lo que si recuerdo fue que elegí "You Get What You Give" como musiquilla de nuestra campaña.

Así que, el día de autos me planté delante de toda mi clase con la cinta en la que había grabado la canción de Greg Alexander, la puse en el casette y cuando dejó de sonar hice uno de los mayores ridículos de mi vida. En lugar de explicar mi parte, la leí, porque no me la sabía y eso de hablar en público nunca fue mi fuerte.

Esa misma noche mis compis y yo celebramos nuestro fracaso brindando con lambrusco y acabando la fiesta con unas mujeres que no eran gran cosa, pero que nos invitaron a desayunar a su casa. Al final, como decían los New Radicals, siempre acabas recibiendo lo que has dado.

domingo, febrero 11, 2007

¿Capello es tonto o muy tonto?


Si Beckham no fuera guapo jamás habría llegado a jugar en el Madrid. El inglés es al fútbol lo que la Kournikova al tenis: un perfecto producto de marketing basado en el tirón erótico de los deportistas bien parecidos. La diferencia entre David y la rusa es que a Beckham le gusta su deporte y disfruta practicándolo.

Capello es un imbécil integral, lo que no sabemos es si siempre lo ha sido o sólo en los últimos tiempos. Hace una década el tipo ganó una liga con una extraña mezcla de eficacia, espectáculo y resultadismo. Aquella temporada el Madrid no jugaba competiciones europeas y nos vendieron aquel triunfo como lo más grande, nada que ver con la despreciadísima liga del 2003.

Todos los aspirantes a levantarle la presidencia a Calderón cuentan con Capello como entrenador, porque cuesta demasiado echarle y piensan que con él es mucho más fácil volver a ganar títulos. Su estilo cicatero y directo se jacta de ganar sin importarle que todo el mundo se quede dormido viéndoles jugar.

Ayer Beckham le salvó el culo a Capello, ese italiano resabiado que le condenó a la grada por firmar con un equipo que sí le quería en sus filas y en el que sabe que será feliz. Tal vez el pequeño dictador italiano haya aprendido algo con todo esto. Beckham no ha ganado nada con el Madrid al mismo tiempo que el Madrid se ha forrado con Beckham. Puede que, en breve, parte de ese dinero sirva para pagar el finiquito de Fabio Sombrero.

jueves, febrero 01, 2007

Un muchacho cerca de las estrellas


El destino es siempre caprichoso, cuando echo la vista atrás y pienso como llegué esta noche a sentarme en una butaca del Boston Garden, para ver en directo a los dos mejores equipos de la historia del baloncesto, es imposible no esbozar una sonrisa.

Desde siempre supe que no jugaría jamás en la NBA, sobre todo porque no llegué a hacerlo siquiera en el equipo de mi colegio. Siempre fantaseé con ir a Los Angeles para ver en directo a los Lakers, ese equipo vestido con los colores de los sueños cerveceros, que representa como nadie el glamour de una sonrisa de Rodeo Drive en un cuerpo torneado por el sol de las playas de Manhattan Beach.

Imaginaba que sería como en una película que vi hace años en la tele, en la que un tipo obsesionado por California iba a visitar L.A. y allí, de la noche a la mañana, se convertía en un triunfador, empezando como chofer de limusinas y acabando forrado, rodeado de infinitas diosas californianas. Al final de la historia, se descubría que todo había sido un sueño; y cuando el protagonista visitaba de verdad el estado del oro, lo más que pillaba era un catarro por culpa de la incesante lluvia.

Al Banknorth Garden hemos ido a pata desde Fanueil Hall porque el flamante estadio de los Celtics se veía a lo lejos, como cuando vas andando por la Castellana y ves el Bernabeu en las grandes noches europeas. Hacía frío, como siempre que es invierno por aquí. En la calle hay carteles que recomiendan que si te encuentras una persona inconsciente por la calle, le achuches con un palo para ver si está muerta o sólo congelada.

Los Celtics son el equipo de la nostalgia, en los puestos de camisetas de su estadio conviven los Pierce, Telfair, Szczerbiak y demás; con el 33 de Larry Bird, el mejor jugador blanco de la historia, al que todo el mundo echa de menos por estas tierras. Los pasillos del Garden están plagados de puestos de perritos, pizzas, palomitas y demás manjares dispuestos a saciar el hambre de triunfo de los bostonianos.

Ir a un partido de la NBA es como ir al circo, desde el enorme videomarcador central se ofrecen todo tipo de entretenimientos, por si no te gusta al baloncesto. Ante tamaño despliegue, hay momentos en los que te olvidas de que unos metros más abajo está sentado un tipo que ha ganado nueve anillos como entrenador, otro que una noche le enchufo 81 puntos a los Raptors, que del techo cuelgan 16 banderolas en recuerdo de las copas que casi nos bebimos en el Convención, e incluso que llevabas casi 20 años soñando con ver algún día a tus Lakers.

Gracias a invitaciones y entradas autofinanciadas, he visto unos cuantos partidos memorables, los suficientes para no emocionarme a las primeras de cambio. A pesar de mis oscuras pelotas de aficionado, me lo he pasado en grande con los 7 triples imposibles de Kobe Bryant. Sus 43 puntos de hoy certifican que es el mejor jugador que he visto en directo sobre una cancha de baloncesto.

Los Lakers están lejos de su mejor forma: Odom se ha dedicado a subir una y otra vez la bola, en plan falso base, el tío está pidiendo a gritos que le cambien por Gasol. Smush Parker ha empezado muy fuerte y se ha acabado diluyendo como un azucarillo. Radmanovic solo ha brillado cuando estaba todo decidido. Bynum está demasiado verde para llevar todo el peso bajo los tableros, y del banquillo solo se salva Turiaf, con su habitual generosidad en el esfuerzo.

La sensación después de tu primer partido de la NBA es la misma que tuviste después de enrollarte por primera vez con una mujer: llevabas tanto tiempo viéndolo por la tele, que cuando lo vives de verdad no te parece real.

El partido acaba con una victoria sobrada de los Lakers, así que te acuerdas de los tiempos de Magic y Bird, cuando este era el partido del año y nada se decidía hasta el último segundo. Uno de los que viene contigo te cuenta que él estuvo también viendo a los Lakers el año pasado y piensas que podrás verles el año que viene, aunque en el fondo tienes la sensación de que tampoco ha sido para tanto.

Cuando llegas al hotel recuerdas que hay un sitio de Internet que almacena todos los resultados de la NBA, le echas un ojo y descubres que los tres últimos años este partido se ha jugado en marzo, una época en la que es improbable que estés algún año por estas tierras.

Apagas el ordenador y empiezas a echar de menos a las animadoras, los perritos, la banderola con los números de camiseta retirados, al Tío Phil, a Kobe y hasta los videomarcadores que a ratos muestran al público para regalarles unos segundos de fama.

Te empieza a apetecer eso de que monten una franquicia en Madrid, para ir a ver a los Lakers todos los años y volvértelo a pasar como ese niño de ocho años que descubrió la NBA viendo por la tele las manoletinas de Magic, comentadas por la voz cazallera de Trecet, ese tío que nos metió en la cabeza que algún día podríamos llegar a estar cerca de las estrellas.