domingo, octubre 28, 2007

La vieja escuela


Desde su chaquetera butaca de El Pais, el viejo Boyero nos sigue recomendando obras maestras como "Promesas del Este", que sigue la senda de "Una Historia de Violencia": contención emocional, normalidad aparente y repentinos torrentes de sangre imposibles de cicatrizar.

El estrafalario aspecto de David Cronenberg esconde un cineasta de los de antaño, un representante de la vieja escuela que se siente igual de cómodo dirigiendo fantasías delirantes de ciencia ficción o películas serias, plagadas de riesgos a las que dota de una simplicidad admirable.

El reverso tenebroso de Cronenberg encaja como un guante en el atípico camaleón Viggo Mortensen, esta vez disfrazado de mafioso ruso, residente y delincuente en el Londres del Chelsea de Abramovich. Los excesos son la seña de identidad de los compatriotas de Tolstoi, condenados a beberse su felicidad mientras bañan sus heridas en Vodka de patata, buscando una redención que jamás llegará.

Naomi Watts esta vez es la misma que vimos en "21 Gramos", una comadrona atormentada por sus fantasmas, que desde el paritorio ve igual de cercanas la vida y la muerte. Ella es el nexo de unión entre el mundo de la gente normal y los mafiosos de postal que demasiadas veces hemos visto en el cine y, por suerte, tan pocas en la vida real.

"Promesas del Este" es un cuento de Navidad con una ambientación excelente en la que nos sumergimos en la niebla de esa City maldita, refugio de ultracapitalistas nietos de bolcheviques que derrochan pounds en alcohol, putas y clubes de fútbol, echando de menos la nieve y el sol que jamás verán desde el Tamesis, sabedores de que la vida allí no era como la esperaban cuando aún pacían en la Madre Rusia.

Escondida entre la belleza de Naomi, el gesto imperturbable de Viggo, el histrionismo del marido de la Bellucci y toda la tradición del crimen organizado ortodoxo: es posible encontrar un montón de promesas que ocultan pecados y la esperanza de nuevas películas del tándem Cronenberg-Mortensen.

martes, octubre 23, 2007

Escualo


Después de un verano en el que la Sexta nos ha machacado sin piedad con infinita publicidad de "Shark", teníamos ganas de ver si la serie era tan buena como nos la vendían o era una de tantas abocadas a acabar emitiéndose más allá de la medianoche.

"Shark" es un cruce entre "House" y "La Ley de los Angeles". Tiene todo el glamour de Beverly Hills: los cochazos, las tías buenas, las palmeras, el sol perpetuo ... pero a la vez nos muestra a ratos el L.A. insomne y truculento de "Crash": el de las minorías mayoritarias, el aislamiento automovilístico y las malas avenidas que conducen inexorablemente a la muerte y la corrupción.

James Woods es uno de los mejores actores vicos, un raro especimen tan infravalorado como de culto. A sus 60 años se echa la serie a sus espaldas, fabricando constantemente frases lapidarias, que derrochan tanto talento como ausencia total de modestia. Su personaje va mucho más allá del amargado House, se trata de un abogado estrella reconvertido en fiscal, por obra y gracia de unos remordimientos más que inesperados.

Los secundarios de la función son guapos o muy guapos. Ellos representan a las distintas razas y comunidades de la ciudad. Están ahí para darle los pies al Tiburón y que se los meriende uno a uno antes de que vuelva a subir la marea.

El contrapunto familiar lo pone la hija de Woods, interpretada por Danielle Panabaker y que, a todos los efectos, es una versión rejuvenecida de Gabrielle Anwar, aquella actriz capaz de reencarnarse en las criaturas más adorables sobre la faz de la tierra, como bien demostró en "Esencia de Mujer" y "Cosas que hacer en Denver cuando estas muerto".

"Shark" se ha convertido en el estandarte de la Sexta, de la misma forma que "House" lo es de Cuatro. Los argumentos son siempre muy similares, pero la genialidad de Jimmy Woods y el sol amarillo y purpura, justifican sentarse cada jueves en frente de la televisión, para nuestra dosis semanal de verdad relativa y subjetividad justiciera.

lunes, octubre 22, 2007

Nubes negras se ciernen sobre las islas


Malos tiempos para los hijos de la Gran Bretaña, en la última semana su selección de fútbol se ha quedado sin opciones de ir a la Eurocopa, el 15 de la Rosa ha perdido la final del mundial de Rugby, el enchufao Hamilton ha hecho el ridículo cuando estaba a punto de coronarse como el campeón más precoz de la Fórmula 1 y, para colmo de males, el retorno de las Spice Girls es ya una realidad.

La selección de McClaren (Steve) fue víctima del pésimo arbitraje de nuestro Medina Cantalejo, que en su juventud fue uno de los damnificados por el día ese en que todos los guiris salen a pegar a los hispanos que dicen que van a Londres a aprender inglés y acaban pasando todo el tiempo con otros castellano-parlantes. Que vueltas da la vida, hace un año los escoceses se tenían que conformar con apoyar - o desear la derrota inmisericorde - de la pérfida albión en el Mundial de Alemania, ahora parece que los del whisky se meterán sobrados en la Eurocopa, para escarnio de sus vecinos inventores del fútbol.

Hablando de invenciones de deportes, este sábado los ingleses tuvieron que ver otra vez como una antigua colonia les arrebataba el mundial de Rugby en la catedral del fútbol gabacho. El del balón-melón es un deporte de caballeros practicado por bestias y en el que, hoy por hoy, el Hemisferio Sur es muy superior al Norte. En España nunca acabaremos de entender sus reglas, pero a muchos nos fascina su mística, plagada de rituales como ese legendario tercer tiempo en el que los equipos unen sus fuerzas para dejar sin cerveza al bar de turno.

Con toda la ayuda del mundo, el repelente Hamilton se ha quedado sin su mundial. Alonso no cae bien a todos en nuestro país, pero el odio a Hamilton sí que es unánime. Este individuo ha logrado unificar un sentimiento nacional mucho más profundo que el del día de la banderita en el Barrio de Salamanca. Todos queríamos que Hamilton se piñara, para que se jodieran los que le habían estado literalmente empujando el monoplaza toda la temporada.

Días inciertos para los amos de la Commonwealth, que encima tendrán que soportar la vuelta a los escenarios de las chicas picantes. Por suerte para ellos, la BBC sigue siendo el último reducto de la grandeza que un día tuvieron y hoy se publica "Live Lounge 2", un disco de versiones emitidas en Radio 1, que a buen seguro hará las delicias de nuestro amigo Chema Rey.

domingo, octubre 21, 2007

Vuelta a casa



Casi siete años después volví a pisar el interior del Palacio de los Deportes. La pista de ciclismo ya no estaba, todo parecía nuevecito, pero no había ni rastro de la Demencia. Como en un teatro cualquiera, la gente observa con pereza como Memphis se merendaba a un Estu lampiño de espíritu.

Ya solo queda Jasen del equipo subcampeón de liga del 2004, a los demás los malvendimos o jubilamos. Pepu se llevó el espíritu inconformista de los que no tienen mucho dinero pero derrochan imaginación. Muchos extranjeros de talento cuestionable, anunciando falta de identidad y zozobra a una grada a la que le cuesta recordar tanto nombre nuevo.

Mariano de Pablos cuenta con la ayuda del anárquico liderazgo de un Nachocho trajeado, que nunca tuvo la oportunidad de medirse a los bigardos de la NBA. Memphis es una franquicia de perfil bajo, en la que Gasol seguirá exhibiéndose en busca de la forja de un destino en un equipo serio y con aspiraciones.

Con el número 2, Navarro parte desde el banquillo para demostrar que es un crack a los ejecutivos NBA que le han despreciado este verano. La motivación es grande, se trata de una cuestión de orgullo y de dinero. Le falta físico y le sobra talento, las pócimas mágicas del baloncesto profesional americano le harán ganar músculo y perder velocidad. El triple está más lejos, pero las bombitas seguirán entrando para sorpresa del Mutombo de turno, que ya machacaba los aros cuando Navarro todavía no había hecho la comunión.

Memphis le pasó por encima al Estu desde el minuto cero, volvimos atrás 20 años en el tiempo, solo que esta vez no eran los Celtics de Larry Bird los que invadían el Palacio, sino un equipo NBA de medio pelo condenado a quedarse fuera de los play-offs. El patio de colegio se convirtió en un improvisado ring y el equipo colegial en un sparring ataviado con el amarillo de los Lakers, en busca de alguien remotamente parecido a Kobe.

Mucha charanga en los tiempos muertos, un partido interminable coreado por los bostezos del respetable, que había pagado el doble para ver jugar a los del Metro, que sí que se llevaron por delante a Toronto. Volviendo a demostrar que la NBA es cada vez más terrenal, la brecha ya no es más que una rajita. El siguiente capítulo: los juegos de Pekín el próximo año.

miércoles, octubre 17, 2007

Todo empezó hace diez años

Podría escribir una parrafada, pero como unas cuantas imágenes y una canción valen más que un millón de palabras ...

domingo, octubre 07, 2007

McClane


Las pelis de la Jungla de Cristal marcaron nuestra adolescencia con esa mezcla de acción al límite e ironía devastadora. El personaje de John McClane es un antiheroe de acción típicamente atípico, un perdedor que siempre acaba salvando al mundo a la vez que mancha de grasa y sangre su camiseta de tirantes abanderado.

La cuarta de la saga es más de lo mismo, nada que no hayamos visto antes, pero que, a la vez, echábamos de menos por su carisma y su temática evocadora. Esta vez la cosa va de ordenadores, de como todo nuestro mundo se puede ir a pique si alguien se hace dueño y señor de las máquinas que hacen girar todas las ruedas de nuestra civilización.

Un McClane analógico es obligado a solventar una crisis digital, por su habitual afición a estar en el lugar menos adecuado a la hora señalada. Bruce Willis ha envejecido con su personaje más memorable, el que le confirmo como estrella efervescente más allá de la luz de la luna y de la influencia del resucitador de mitos Tarantino.

John McClane es pura aceptación de su destino, por lo visto su familia no le traga y él sigue a lo suyo, convertido en detective senior del NYPD, dispuesto a esquivar toda la mierda que los malos le vayan echando en su camino. No hay que buscarle demasiado sentido a los coches voladores o a la trepa de ascensor: son solo una excusa para que McClane escupa sus chascarrillos sarcásticos.

Convertido en un viejo cascarrabias que empieza a ver cerca lo de ser abuelo, el protagonista de la Jungla de Cristal nos vuelve a demostrar que sigue en forma y que con un par de personajes que le den la réplica y unos cuantos efectos especiales, es capaz de recaudar más que nadie en un mundo en el que hace tiempo se dejó de apreciar el sabor de unas palomitas recién hechas acompañadas de una película sin otra pretensión que la de entretener.