viernes, octubre 17, 2008

Año Muchacheo


Eran las 4 de la tarde de un viernes 17 de octubre del 97, un sucinto mensaje me esperaba en el contestador de casa: un cumpleaños de un conocido, al que ir a hacer bulto, un plan alternativo a finiquitar o enfrentarme a una historia que no iba a ninguna parte.

Aquellos eran días extraños, el fin de una época y el comienzo de otra bien distinta. Las 6 de la tarde parecía demasiado pronto para quedar, pero lo hicimos de todas formas, no había tiempo para siestas ni lamentos. Eramos 3, dos de ellos convencidos de mala gana, con un cierto hastío en la mirada, el sol pegándonos en la jeta y mucho odio acumulado contra aquellos malotes de medio pelo de la generación del 80, que siempre nos observaron como perdonándonos la vida.

El veranillo de San Miguel estaba en su máximo apogeo, tanto que nos regalo una noche en manga corta. Nosotros inventamos la privatización de botellas, en concreto fueron tres: whisky, martini y ron blanco. Nuestra aportación simbólica fueron 20 duros por cabeza, los dimos refunfuñando por el alto precio de aquel cumpleaños, en el que no recuerdo si llegamos siquiera a felicitar al anfitrión.

Los minutos pasan rápido cuando mezclas bebidas blancas y oscuras, nos adueñamos de la tarde-noche y empezamos a dar capotazos con unos minis bien colmados, ideales para comenzar la última semana de minoría de edad. Comenzamos a vislumbrar fantasmas del pasado, antiguos compañeros de colegio que salen de todas partes y que tienen la misma sensación de que la recién estrenada vida universitaria es una mierda y ojala se acabe cuanto antes.

La noche cae sobre Tribunal y se nos empieza a nublar la mente, experimentamos distintas reacciones etílicas: euforia extrema, lucidez, desasosiego, KO total ... Los minutos pasan despacio y no somos conscientes de que estamos fundando un grupo, una forma de ser y estar en el mundo que dura ya más de una década.

En los tiempos en los que los móviles no existían para el común de los mortales, llegamos flotando al lugar donde empezó todo. Jugaríamos una vez más con nuestro destino, sabiendo que nos arrepentiríamos alguna vez, pero 11 años después tendríamos claro que hicimos lo correcto.

Unos pocos tuvieron que abandonar el barco antes de tiempo, por culpa de tónicos y ausencia de material sólido en el estomago. Aquella noche fundacional, descubrimos que en nuestros peores momentos, siempre tendríamos a alguien que nos llevara en volandas hasta casa, sin hacer preguntas ni reprocharnos nada, aguantando el temporal hasta que volviera a salir el sol en nuestras cabezas.

La noche acabó en Vaivén, el mismo sitio en el que unos meses después un Muchacho tocaría el cielo y el infierno en un manteo cósmico, aquel en el que construiríamos un geiser artificial que sería recordado durante décadas. Con la música de los Smashing de fondo, nos fuimos a casa, al día siguiente había que madrugar, aquel sería un año duro, del que ya solo recordamos los buenos momentos.

Seis años después de aquel primer 17-O, celebramos el primer Año Muchacheo (cuando cae en viernes, como el original) y hoy hacemos lo propio con el segundo. Todo ha cambiado mucho desde aquel primer 17-O, algunos se han prometido, casado, tenido hijos ... Hemos surcado continentes y países que jamás pensamos que llegaríamos a visitar, nos hemos reinventado medio millón de veces, pero a la vez seguimos siendo los mismos: aquellos que gritaban el canto fundacional: ¡¡ LARA LARA LARA ... LARA ... 17-O, 17-O, 17-O !!

sábado, octubre 04, 2008

Cuando Bobby encontró a Marty


Corría el año 72, dos jóvenes neoyorkinos buscaban huir de las noches bohemias y salvajes, las orgías, las dudas razonables y la politoxicomanía al uso en aquellos tiempos. Por avatares del destino, tuvieron que compartir taxi desde Harlem a Downtown Manhattan. En el camino, uno no paraba de hablar y el otro dormitaba en su asiento, esperando a que aquel ex-monaguillo parara su perorata.

El resto es historia conocida: 7 películas juntos, infinidad de premios y un hueco en la historia del cine. Su pasión por las mujeres de color les unió y enfrentó en múltiples ocasiones, sin llegar a afectar nunca a su amistad creativa. Paul Schrader fue el tercer vértice de un triángulo forrado en celuloide, en el que la violencia, la autenticidad y la noche se daban la mano para parir películas únicas.

Los excesos no acabaron de pasar factura a dos iconos que aun tienen mucho que demostrar, sobre todo De Niro, que aun nos debe el hacernos olvidar su última década de filmes alimenticios y lamentables. "El Buen Pastor" le reconcilió por un rato con sus incondicionales más exigentes. Su festival de Tribeca revitalizó una ciudad herida en la que un día un lampiño Bobby y un joven Marty decidieron pasar las horas juntos en busca de una nueva forma de evadirse y expulsar sus demonios en forma de imágenes en movimiento.

Paseando por el Brooklyn de Jake LaMotta, te das cuenta de que ya no queda nada de esa City de mediados del siglo pasado, gracias a Giuliani las Malas Calles se acabaron transformando en avenidas pijas que desembocan en Starbucks y sucursales bancarias. La Gran Depresión que acaba de inaugurarse amenaza el estatus de una urbe en la que el dinero fluye y los lugareños se van quemando poco a poco, hasta que no les queda otra que irse a vivir a Long Island o Jersey.

El reencuentro de Robert y Martin tiene hoy más sentido que nunca, es un penúltimo baile juntos en busca de una redención ficticia: demostrar al mundo que aún siguen siendo los mismos de "Taxi Driver", "Toro Salvaje", "Uno de los Nuestros" o "Casino". Lo harán disfrazándose de Mafiosos, su reencarnación favorita, la que les hizo célebres y les proporcionó ese sello tan personal que les condenó para siempre a la inmortalidad cinematográfica.

viernes, octubre 03, 2008

Verano decadente



La sensación era la de que podríamos seguir vistiendo manga corta hasta el día del juicio final, las mañanas eran frías pero a partir del medio día nos convertíamos en una sucursal de Florida, pero sin playa. Aquello no tenía ningún sentido, así era imposible que fuéramos conscientes del paso del tiempo.

Embutidos en un uniforme que en otros tiempos hubiera sido considerado fascista, nos preparamos para volver al sitio donde perdimos más de cinco años de nuestra vida. Los muros de los edificios seguían siendo tan grises como siempre, la hierba era más verde y el sol brillaba como nunca.



Estábamos rodeados de máquinas, literales y ficticias, era imposible no alienarse en aquella compañía. Los fines de semana eran un soplo de aire fresco en unas semanas tan apacibles como aburridas. Aún recordábamos el último día que pasamos allí, el mejor de todos, porque sabíamos que ya no tendríamos que volver jamás y que si lo hiciéramos sería para ver como ardía todo lo que aquello significaba.

Todo lo que vivimos allí no nos mató, así que está claro que nos hizo más fuertes, que cultivó un espíritu de lucha intermitente, de submarinistas a punto de quedarse sin aire, que buscan su lugar en el mundo a la vez que escapan de las tinieblas de una existencia predecible y metódica.

Sabemos que no fueron los mejores años de nuestra vida, pero nos quedamos con los momentos memorables, aquellos en los que nos entregamos a las carcajadas más absurdas, las del no saber que va a pasar mañana ni si volveremos otra vez al sitio donde entramos con 17 y salimos con 23.

jueves, octubre 02, 2008

Inmortales en La Ciudad que NO Duerme


Cuando eres inmortal ves como tus hijos se hacen mayores y acaban convirtiéndose en tus mejores amigos, mientras tú ves pasar los días esperando a ese alma gemela que consiga hacerte envejecer y que te deje acabar con todo de una vez. Estas son las premisas de "New Amsterdam", una serie diferente surgida de un buen puñado de tópicos que no siempre conviene tomar a la ligera.

John Amsterdam es un misterioso poli de homicidios que ha vivido muchas vidas en una sola. Su instinto deriva de la experiencia, de haber pasado por varias guerras, crisis de todo tipo y miles de cambios que le han hecho afrontar la vida y la muerte con una perspectiva diferente. Cuando vas viendo morir a todos los que has querido, tu alma acaba estando tan podrida que la memoria ya no te deja dormir por las noches y la paciencia se te agota, entre tragos de alcohol que nunca llegarán a borrar todos los flashbacks que se amontonan en tu anciana mente.

Desde las cenizas de Times Square, el protagonista escruta los rascacielos de la Capital del Mundo, con la sensación de que el amor verdadero llegará en cualquier momento. Puede que se cruce con ella en el Metro o paseando por alguna avenida de nombre numerado. Las Malas Calles nunca perdonan la osadía de sus habitantes, sobre todo cuando desafían a la noche y a los malvados que matan por placer o venganza.

La compañera de Amsterdam representa la valentía de la juventud, esa manera kamikaze de enfrentarse a la vida cuando crees que aún te queda mucho tiempo, por mucho que te pases el día investigando crímenes y aguantando a un compañero colgado, que te habla de experiencias cronológicamente imposibles, como si lo hubiera vivido todo, lo supiera todo y nada estuviera fuera del alcance de sus recuerdos.

Los personajes secundarios redondean una serie perfecta, que no aspira a eternizarse, sino a dejar huella a largo plazo, a hacernos soñar con una inmortalidad que acabaríamos odiando, con unas almas gemelas al alcance de muy pocos, con una ciudad imprescindible que no te deja dormir cuando aterrizas sobre sus calles cuadriculadas, retorcidas y malditas.