viernes, octubre 03, 2008

Verano decadente



La sensación era la de que podríamos seguir vistiendo manga corta hasta el día del juicio final, las mañanas eran frías pero a partir del medio día nos convertíamos en una sucursal de Florida, pero sin playa. Aquello no tenía ningún sentido, así era imposible que fuéramos conscientes del paso del tiempo.

Embutidos en un uniforme que en otros tiempos hubiera sido considerado fascista, nos preparamos para volver al sitio donde perdimos más de cinco años de nuestra vida. Los muros de los edificios seguían siendo tan grises como siempre, la hierba era más verde y el sol brillaba como nunca.



Estábamos rodeados de máquinas, literales y ficticias, era imposible no alienarse en aquella compañía. Los fines de semana eran un soplo de aire fresco en unas semanas tan apacibles como aburridas. Aún recordábamos el último día que pasamos allí, el mejor de todos, porque sabíamos que ya no tendríamos que volver jamás y que si lo hiciéramos sería para ver como ardía todo lo que aquello significaba.

Todo lo que vivimos allí no nos mató, así que está claro que nos hizo más fuertes, que cultivó un espíritu de lucha intermitente, de submarinistas a punto de quedarse sin aire, que buscan su lugar en el mundo a la vez que escapan de las tinieblas de una existencia predecible y metódica.

Sabemos que no fueron los mejores años de nuestra vida, pero nos quedamos con los momentos memorables, aquellos en los que nos entregamos a las carcajadas más absurdas, las del no saber que va a pasar mañana ni si volveremos otra vez al sitio donde entramos con 17 y salimos con 23.

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