martes, agosto 19, 2008

Cara


El último lugar de la Tierra en el que esperaba conocerla fue donde ocurrió todo. Siempre supe que los números jugaban con nuestro destino y que el 13 no tenía porque ser un mal día, siempre que las cifras del mes y el año anularan los malos augurios del número maldito.

Cuando ya no queda esperanza ya todo da igual y lo único que puedes hacer es fumarte un puro a tu salud, que es lo único que esta intacto cuando todo lo demás falla. Llegados a ese punto, lo único que puedes hacer es bajar los brazos y sentirte libre, gritar porque a nadie le importa lo que hagas o dejes de hacer.

Y entonces llega ella y lo cambia todo, con unos ojazos y una canción que nunca oirías si no te sedujera el video musical que la acompaña. Dejas que todo siga su curso, una conversación evocadora que te recuerda otras del pasado, las mismas que tuviste antaño pero cambiando la fecha y la chica.

Todas las piezas del rompecabezas encajan ahora y sabes que ya no podrás dormir esa noche, que a la mañana siguiente te despertarás y España habrá ganado a los Estados Unidos en baloncesto, que lo que parecía imposible hace tan solo unos días se ha hecho realidad, se te olvidarán las decepciones y te darás de bruces con algo de verdad.

Peleando a la contra aprendimos que moriririamos si nos tomabamos demasiado en serio a nosotros mismos. Reculamos y adoptamos la pose de los que no necesitan saber lo que va a pasar mañana. Dejamos que el viento sacuda nuestra jeta y nos escondemos para no darnos de bruces con la realidad de lo que todavía no esta escrito.

Intuimos que es ella la que curará todas nuestras heridas, que le daremos mala vida por nuestra inclinación natural a no valorar lo que tenemos y obsesionarnos por lo que nunca pondremos tener. El último tren ya partió hacia un universo de casas clones del que intentaremos huir para encontranos con alguien completamente opuesto a nosotros, que nos diga cuatro verdades y nos ponga por fin en nuestro sitio.

Volvemos al lugar donde empezó todo, de donde escapamos con más pena que gloria, oimos el ruido de los aspersores de fondo. La televisión se ha apoderado de nuestras castigadas e hipocondriacas almas y emite "Algo en Común", nunca nos sentiremos identificados con Zach Braff, pero siempre creeremos que sólo con la sonrisa de Samantha se puede construir una película mayúscula.

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