sábado, enero 13, 2007

Recordar es volver a vivir


Ayer desempolvé el smoking y la pajarita para acudir al estreno de la sexta de Rocky. Una vez más, hay que quitarse el sombrero delante de Stallone y reconocer que, aunque sea uno de los actores menos expresivos que ha dado el cine, a la vez es uno de los grandes creadores de mitos y leyendas de nuestro tiempo.

La historia de Rocky es una metáfora de la del propio Stallone. Cuando nadie daba un duro por él, Sly se sacó debajo de la manga un guión que, con mucho esfuerzo, consiguió vender con la condición de protagonizar él mismo la película. Los réditos de aquella aventura fueron tres estatuillas y otras siete nominaciones al Oscar, incluyendo las de mejor actor y mejor guión original para Sly, algo que solo habían conseguido simultanear antes Chaplin por “El Gran Dictador” y Orson Welles por “Ciudadano Kane”.

Después de su consagración vendrían hasta cuatro secuelas de Rocky, Rambos e infinitas películas de acción que elevaron a Stallone hasta la categoría de estrella, a la vez que iba mermando su crédito como actor y cineasta.

Tras años de peregrinación por el desierto, Sly se ha decidido a cerrar como se merece la saga del boxeador indomable que encajaba los golpes de vida como ninguno y seguía levantándose una y otra vez, avanzando hasta vencer al contrario por puro agotamiento.

El resultado es más que digno, una película que no gustará a los bohemios ni a los gourmets del séptimo arte, pero que atraerá en masa a los nostálgicos de los ochenta, para pasar un buen rato enfundándose los guantes de boxeo por última vez.

Las calles de Philadelphia son protagonistas otra vez treinta años después y consiguen dar a la película ese toque romántico, barriobajero y melancólico que emanaba la primera. Acompañados de nuestro perro volveremos a subir corriendo las escaleras del ayuntamiento de la ciudad del amor fraterno, oyendo de fondo la fanfarria de Bill Conti, con ese regusto agridulce que dejan los huevos crudos cuando los desayunas a las cuatro de la mañana.

En la sala no se oyó ni una mosca ni un móvil en las menos de dos horas que duró esta película, hecha del material del que se fabrican los héroes, destilando ese carisma que nunca tendrá el cine independiente. Cuando se acaba te quedas con ganas de más, esperando que la mejor hexalogía de la historia del cine se convierta pronto en la mejor heptalogía.

2 comentarios:

vatos dijo...

Disiento en un punto: la mejor hexalogía del cine sigue siendo la guerra de las galaxias, con tres películas míticas (episodios IV-VI) y una buena (episodio III).
Incluso el imdb me apoya en esto:
star wars: 8.8, 8.8, 8.2, 6.3, 6.9, 7.9 (total: 47.1)
Rocky: 7.8, 6.3, 5.8, 5.4, 4.0, 7.7 (total: 37.0)

crooner79 dijo...

No sé, a mi la hexalogía de la Guerra de las Galaxias nunca me ha llegado a enganchar de verdad.

El episodio I es infumable, incluso más que la V de Rocky. A ver si un día de estos pongo en el blog "La fantasmada nos amenaza", que es lo que escribí después de verla.