lunes, enero 01, 2007

Por qué no puedo dormir más de de 10 horas seguidas


Era el primer día del milenio, pero todo parecía como siempre, esta vez al menos no nos habían dado tanto el coñazo con que había que celebrarlo de una manera especial como hicieron el año pasado, no se había oído hablar de un efecto 2001, los ordenadores no tenían nada que temer esa noche.

Eran las diez de la mañana, llevaba más de 24 horas despierto, como la mayor parte del mundo, vagando por las calles, buscando un lugar para reposar nuestras atormentadas mentes del nuevo milenio.

Había sido una nochevieja como todas: traje y corbata, whisky, puros y aglomeraciones, por muchas que saliera jamás me lo pasaría bien en una de ellas, todo apestaba esa noche.

Lo peor es que cuando amanece la cosa sólo empeora, los churros no son más que la ceremonia del absurdo, como si después de siete horas, diez copas y miles de gilipolleces oídas en el transcurso de la noche aún te apeteciera algo más que salir huyendo hacia un sueño profundo y reparador.

Pero yo había vuelto a caer, llevaba el mismo traje de todos los años y la misma corbata, “los de la suerte”, volví a ir al mismo VIPS después de la puta fiesta, esperé la misma cola para sentarme y ni siquiera me molesté en disimular que todo aquello me parecía una mierda.

Los que me acompañaban lo achacaban a mi mal carácter cuando no duermo, pero esta vez era algo más que eso: estaba hasta los huevos.

Al fin me quede solo, no quería volver a casa porque mandaría a tomar por culo al primero que me preguntara qué tal lo había pasado, así que pasé por una gasolinera que me encontré en el camino para ver si tenían puros, era lo único que me apetecía en ese momento.

Para no desentonar con el resto de la noche se les habían acabado, así que salí de la tienda no sin antes contestar con un lacónico – Que te jodan- al simpático tendero que me deseo feliz año.

Solo había un coche echando gasolina, el conductor había dejado las llaves sobre el techo del buga, menudo infeliz, como iba él a pensar que habría alguien en la gasolinera, y que a ese alguien le importaba un carajo levantarle el coche para darse una vuelta por la ciudad.

Era mi primer contacto con la delincuencia, los que creían conocerme bien pensaban que tenía un cierto desinterés por las normas sociales establecidas, pero todos creían que era incapaz de romper un plato, bueno, toda paciencia tiene un límite.

Me metí en el coche y salí a una velocidad moderada, las gasolineras están infectadas de cámaras, tampoco era cuestión de ir llamando la atención, estaba poniendo a prueba la velocidad de las fuerzas del orden el día de año nuevo, todo era por una buena causa.

El desgraciado del dueño empezó a gritar y a agitar los brazos, para cuando fuera capaz de avisar a los polis yo ya estaría a veinte kilómetros de allí.

Ahora tenía que decidir hacia donde ir, el Norte era la elección ideal, cuanto más lejos de casa mejor, así nadie me podría reconocer en un semáforo, de todas formas, no había ni un alma por la calle.

Pasado un rato me encontré con una zona que me resultaba familiar, sí, por allí vivía Patricia, la duda era si estaría en casa, sería un buen lugar para esconderme un rato, igual hasta conseguiría que esta travesura no me pasase factura.

Que mejor sitio que la cuneta para que a los sagaces agentes de la ley no les costara mucho encontrar el coche, no había un alma en toda la autopista, pero tarde o temprano alguna buena persona se pararía al ver las luces de emergencia y el pringao recuperaría con presteza su bonito buga.

Estuve dando vueltas hasta que encontré el bloque, había pasado más de un año desde la última vez que nos vimos, y no se podía decir que todavía fuéramos amigos, en realidad nunca lo fuimos.

Patricia era de Segovia, estaba estudiando aquí algo, nunca supe el que, no me importaba lo más mínimo, la conocí en una fiesta y mantuvimos una tormentosa relación amor – odio durante unos cuantos meses.

Vivía en un piso con otra chica, también de provincia, nunca conseguí aprenderme su nombre, y cada vez que me la encontraba al ir a desayunar cuando pasaba allí la noche la llamaba de una forma distinta, con nombres cada vez más exóticos como Roxana, Priscila, Desiré o Eunice, lo primero que se me pasaba por la cabeza. Sobra comentar que con ella la relación sólo era de odio.

Al fin encontré su bloque y me quede esperando hasta que salió un vecino, no me acordaba cual era su piso, el buzón me comentó que era el 3-D así que subí y empece a tocar el timbre, al principio despacito y luego como un poseso. Parecía que no había nadie en casa.

Estaría en Segovia, aunque con lo bien que se llevaba con su gente me quedé un rato en el descansillo por si aparecía ella o su simpática compi.

El sueño me vino sentado en las escaleras y con la cabeza apoyada en la pared, allí estuve plácidamente hasta que una voz familiar me despertó a voz en grito:

- ¡Abre los ojos!

- ¿Qué te has hecho en el pelo? – Esa no era la rubia con la que yo había estado, algún peluquero amargado le había gastado una broma pesada.

- No te gusta, es mi nuevo look a lo Ingrid Rubio en Taxi.

Por suerte debía haber pasado algo de tiempo desde que se lo corto y simplemente parecía corto, no rapado.

- Es muy original- le dije, después de todo pretendía entrar en su casa y la sinceridad no me iba ayudar a conseguirlo.

- ¿Qué haces por aquí? – Me preguntó sin más rodeos.

- Ya ves, me parecía un poco pronto para volver a casa.

- Bueno, pues te vas a tener que pirar, mi novio esta aparcando y hemos venido a pasar un rato tranquilo.

La reina de los eufemismos estaba en la ciudad, parecía que me iba que tener que buscar otro sitio, a esta mala pécora no había quien le llevara la contraria.

De repente se abrió la puerta del ascensor y apareció Fernando, un compañero de la universidad.

- Coño, que haces tu por aquí- me dijo al verme.

- Ya ves, no me digas que tú y esta estáis liados.

- Sí, ¿la conoces?

- Somos viejos amigos, ¿verdad Pati? – Odiaba que la llamaran así.

- Si tú lo dices – contestó malhumorada.

Fernando no podía saber que habíamos estado juntos, casi nadie lo sabía, habíamos sido la discreción personalizada, a parte de su compi de piso nadie lo sabía, no nos escondíamos, sólo no hablábamos de lo nuestro con el resto del mundo, fue un acuerdo tácito, y sin duda satisfactorio para ambas partes.

- ¿Y como es que estas por aquí? – Me preguntó extrañado, él sabía de sobra que mi casa estaba muy lejos.

- Ya ves, he venido a una fiesta en este mismo bloque, y he dicho, no me puedo ir sin saludar a mi gran amiga Pati.

- El chaval es un prodigio de la diplomacia- soltó la ex rubia, la estaba cabreando de verdad.

- Pues que bien, así te tomas unos churros con nosotros- me invitó Fernando.

No había duda, Patricia había salido ganando con el cambio, me merecía aquellos churros sólo por haberla dejado en paz y así permitir que ese santo ocupara mi lugar.

Eran las once cuando entramos en la casa, desde que cruce el umbral de la puerta comencé a hablar de la carrera, era el tema favorito de conversación de Fernando, yo lo odiaba , pero Patricia lo detestaba mucho más. Estaba para hacerla una foto, vaya caras, y no pronunciaba palabra hasta que al fin dijo:

- Me voy al baño.

No la hicimos ni caso, seguimos a nuestra bola y a eso de las dos Fernando dijo que se tenía que ir, que le estaban esperando en casa para comer. Le había contado que Patricia y yo éramos del mismo pueblo, casi familia, que nos criamos juntos.

Cuando intentó despedirse de ella ni siquiera se dignó a salir del baño, el buen chico se fue a casa creyendo que la dejaba en buenas manos, nada como la familia para apaciguar los ánimos, él ya sabía que su novia tenía a veces malos prontos, pero era buena chica. Todo el mundo tiene derecho a no conocer de verdad a la persona con quién está.

Nada más cerrar la puerta se desató la tormenta:

- ¡Eres un puto gilipollas! – y mientras me gritaba esto me tiró un jarrón de cristal que tuve que esquivar al más puro estilo Clark Gable en su primera escena de “Lo que el viento se llevó”.

- Tu estás muy mal, casi me lo partes en la cabeza.

- Es lo menos que mereces – parecía que en cualquier momento los ojos se le saldrían de las órbitas.

- No creo que sea para tanto – le dije con tono tranquilo.

- Me dejas tirada como una colilla, y vuelves más de un año después como si nada. Te pones a contarle trolas a mi novio para que no nos podamos quedar un rato solos y todavía eres tan cabrón como para decirme que no es para tanto.

- Sacas las cosas de quicio, estaba en el bloque y...

- Una mierda, aquí no ha habido ninguna fiesta, crees que soy tan gilipollas como mi novio.

- Bueno, si estás con él por algo será- me estaba cargando de razón por momentos.

- Ese imbécil tiene los días contados, una cosa es ser un calzonazos y otra no ver que el tío con el que ha dejado a su novia no piensa en otra cosa que en arrancarle el vestido para ver que lleva debajo.

- ¡Eh, que yo soy un caballero!, además, nunca le levantaría la novia a un amigo.

- Sí, eres un modelo a imitar por la juventud española. Como vuelvas a hablar como si no nos conociéramos voy a por otro jarrón y esta vez no fallo.

Lo cierto es que hasta que no lo mencionó no me había fijado casi en su vestido, tenía muy buena pinta, siempre había tenido un bonito cuerpo: 1´70, pechos turgentes y nalgas prietas, una delicia. El vestido acentuaba lo mejor que tenía.

- Bien, si es sinceridad lo que quieres, te puedo decir que me encanta como te queda ese vestido.

- Ahora no intentes ablandarme con piropos, estoy muy cabreada.

- Lo que me jode es que digas que yo te deje tirada, fuiste tú la que no me llamó.

- No me vengas ahora con eso, dijimos que me llamarías tú.

Aquel fue el principio de una interminable discusión en la que diseccionamos todos los aspectos de nuestra peculiar relación.

Nos dieron las doce de la noche con las inevitables pausas para comer algo y visitar el baño. Parecía que la cosa se iba a arreglar, si es que alguna vez se llegó a estropear de verdad.

Había pasado las 24 horas del primer día del tercer milenio despierto, y había merecido la pena, solo había necesitado un día para reinventarme a mí mismo y convertirme en un hombre del siglo XXI, en el más estricto sentido de la palabra.

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