martes, enero 16, 2007

Hasta en la sopa


"Una vez estuve de vacaciones en las islas vírgenes. Conocí a una chica. Comimos langosta y bebimos piña colada. Al atardecer hicimos el amor como nutrias marinas. Ese fue un día bastante bueno. ¿Por qué no puedo tener ese día una vez y otra y otra ...?"

Bill Murray en "El Día de la Marmota", también conocida como "Atrapado en el tiempo"

Mis padres siempre pensaron que era importante que aprendiera idiomas desde pequeño. En la EGB no se empezaba a estudiar inglés hasta sexto curso, así que desde los 7 a los 17 estuve yendo a clases en academia.

Cuando tenía unos 15 empecé a ir a una que estaba fuera de mi barrio, allí coincidí con unas cuantas chicas, que en conjunto daban una proporción de féminas muy superior a la que yo estaba acostumbrado en mi supuestamente mixto colegio.

Con lo lechón que era por aquella época, estaba desbordado ante tamaña variedad de féminas. Las había rubias, morenas, pelirrojas, altas, bajas, de mi edad, mayores, guapas, feas ... Era difícil quedarse con una sola, más que nada porque no había ninguna que fuera especialmente deslumbrante.

A la salida de una de esas clases, acompañé al bus a una de las chicas con la que apenas había hablado jamás. En el camino descubrí que era un encanto, me habló de sus historias y en apenas 10 minutos la conocí mejor de lo que muchas veces se conoce a gente con la que coincides en clase durante años. Me quedé con ganas de más.

Una década después, sigue siendo una de las chicas más majas que he conocido y, además, estaba bastante buena. Después de acompañarla aquel día, creo que la vi un par de veces más en clase y no volví a saber de ella. Ni que decir tiene que hoy en día no la reconocería si me la presentaran de nuevo, más que nada porque no recuerdo ni su cara ni su nombre.

Pocos años después de dejar aquella academia, empecé a explorar la vida nocturna. Una de esas noches reconocí una cara familiar entre la multitud, era otra de mis compis de academia, una con la que coincidí un par de años y cuyo nombre tampoco conseguía recordar.

Como no teníamos gran cosa que decirnos, hicimos como si no nos conociéramos y seguimos a otra cosa. Creo que aquella época era en la que parábamos mucho en Elite, así que me la volví a encontrar unas cuantas veces, con idéntico resultado.

Aunque siempre iba acompañada de un grupillo de amigas, había una morena de rizos que era una fija. Supongo que hasta alguna vez se me pasó por la cabeza decirle algo, pero no lo hice, porque no me caía bien y/o no iba lo suficientemente chuzo las veces que me la cruzaba.

Aquel verano pasó y empezamos a frecuentar el Cats, al poco tiempo la vi por allí con su amiga de rizos. Una casualidad como otra cualquiera, no había que darle mayor importancia.

También tuvimos una época de Pacha, en la que nos codeamos con lo más granado del pijerío madrileño. Efectivamente, allí también me la encontré con su amiga rizosa.

El tiempo pasaba, íbamos dejando garitos atrás en el horizonte: Down, Gatsby, La Siesta, Valmont, Heat, Tequila, Chesterfield, Black Jack, Living, Tex Mex ... Todos esos sitios tenían una sola cosa en común: en todos ellos alguna vez me encontraba a mi ex-compi de inglés cuyo nombre no recordaba y a la que no me apetecía saludar.

En un momento de lucidez etílica, llegué a la conclusión de que o era el destino o es que esa tipa me perseguía. Teniendo en cuenta que jamás llegamos a hablarnos, descarté de plano la segunda opción.

En tiempos de vacas flacas profesionales, empecé una tanda de entrevistas con varias empresas. Una tarde me llamaron de una de esas grandes que todo el mundo conoce. Querían hacerme una entrevista al día siguiente y acepté sin pensármelo demasiado.

Como llegué demasiado pronto me pasé por un VIPS cercano y me homenajeé con una opípara merienda que incluía unas tortitas con nata. El proceso era bastante rutinario: test psicotécnicos, otros de números, entrevista con RRHH y entrevista con alguien que hacía lo que tu tendrías que hacer.

La entrevista con RRHH fue de lujo, gracias al subidón de azucar por las tortitas, me marqué un discurso al más puro estilo Carlito Brigante pidiendo la condicional: "me siento interesado, preparado, motivado, ilusionado ..." y otros muchos adjetivos acabados en -ado. Hasta hice mención a la archiconocida Ley de Pareto.

La última entrevista era con mi posible colega y cual fue mi sorpresa al ver entrar por la puerta de aquella pequeña sala a mi involuntaria compañera de correrías nocturnas. Supongo que se me debió quedar cara de portero goleado cuando la vi aparecer por allí, no sabía si aquello era malo o muy malo.

Desde el primer momento la tipa hizo como si no me conociera y se vio claramente que sus preguntas iban directas a la yugular. Fueron 20 minutos eternos y en los que quedó claro que su informe NO iba a ser positivo.

Cuando salí de aquel enorme edificio, me topé con el mejor amigo con el que puedes encontrarte después de hacer una entrevista de trabajo: mi coche. En la radio sonaba la canción "Lo que tu quieras soy" de Antonio Orozco. La quité y puse un CD de los Killers.

Al tomar la primera rotonda le dediqué un sonoro corte de mangas a esa empresa y a su omnipresente empleada. Después de todo, aquella era una noche tan buena o tan mala como otra cualquiera para volver a ver "El Día de la Marmota".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu mejor relato con diferencia, ya echaba de menos que pusieras toda la carne en el asador. Y esta noche he leído esta pequeña maravilla. A través de unas pocas confesiones construyes un himno al desencanto con la suficiente magia y mala hostia como para divertirme y conmoverme. El trayecto hacia al autobús junto a esa chica vale un poema. Salud, comendatore.