domingo, enero 14, 2007

Viejo Zorro Plateado


Hola, soy Fabrizio Ravanelli, tal vez me recuerden de aquella vez en que le levantamos la Champions League al Ajax, sin que se dieran cuenta de por dónde le había metido aquel gol sin ángulo que nos llevó a ganar aquella copa dónde más nos gusta: en los penalties ... Así podría empezar "Penna Bianca", la biografía todavía no escrita de este auténtico paquete que llegó a lo más alto en el mundo del fútbol a base de casta, coraje y suerte.

Desde su Perugia natal, Ravagol empezó a pegar patadas a un balón cuando todavía no lucía canas, en su más tierna infancia. Cuando ya era un adolescente, el joven Fabrizio empezó a soñar con vivir del fútbol, lo que tal vez le permitiría eludir los madrugones mañaneros y, con suerte, no tener que trabajar más de dos horas al día. Su palabra favorita siempre fue la española Siesta.

A Ravanelli siempre le gustaron las mujeres y la priva, nunca perdonó la grappa después de cada comida, pensaba que era bueno para el alma y le mantenía ojo avizor sobre el terreno de juego: cabellera blanca, corazón negro.

Después de peregrinar por divisiones menores de la mano del Perugia, Avellino, Casertana y Reggiana; la Vechia Signora se fijó en este discípulo de Julio Salinas que parecía una víctima propiciatoria para un equipo sustentado por pociones mágicas, presión a tutto campo y velas al viento.

Aquella era la Juve de Baggio, Vialli, Conte, Ferrara, Del Piero ... fantasiastas o gladiadores, entre los que Ravagol ejercía de picapedrero del área, goleando siempre por encima de sus posibilidades, soñando con Ferraris, mujeres de pechos turgentes y tintes invisibles que le devolvieran el color a su pelo.

El 96 fue el año de Ravanelli, hizo a la Juve campeona de Europa por segunda vez en su historia y se permitió el lujo de pasearse en la Eurocopa por tierra británicas con la zamarra azzurri puesta. Tanto le gustaron las islas que allí se quedó más de un año, metiendo 16 golitos para el Boro y ganando muchos billetes; tantos que le tuvieron que sacar de allí con grúa cuando el equipo bajó a la First Division y no se podían permitir pagarle sus emonumentos.

Otro campeón de Europa bajo sospecha se cruzaría en el camino de nuestro héroe: el Olympique de Marsella. En la costa azul, el George Clooney del balompie se sentía en su salsa, rodeado de fiestas, mujeres exhuberantes y mucho sol para tostar sus canas vuelta y vuelta.

La morriña transalpina hizo que unos años después se convirtiera en el revulsivo de lujo de ese Lazio despilfarrador de comienzos del milenio. Cuatro golillos en más de un año no eran gran cosa para este fucker de la noche, que un buen día decidió cruzar de nuevo el canal de la Mancha para segar las áreas de aquellos que osaran enfrentarse al Coventry, al Derby County y otra vez al Coventry.

Siempre le fascinaron los hombres con falda y por ello decidió subir a Escocia para probársela, en el camino firmó un contrato con el Dundee, con el que no llegaría a jugar jamás. El frío escocés le recordó que dónde mejor se está es en casita y por ello acabó sus días de futbolista vistiendo la elástica roja del Perugia.

Tal vez no haya sido el mejor jugador de la historia, puede que ni siquiera de su pueblo, lo que es innegable es que pocos nos han hecho reír tanto con sus pifias y emocionarnos con sus destellos de calidad como este viejo zorro plateado al que le gusta beberse los sambucas flameados y provistos de tres granos de café. Ande o no ande, Ravagol Grande.

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