Finales de los 80 y principios de los 90, en aquellos días una de mis pasiones era coleccionar cromos de fútbol. Había un tipo calvo y bigotón en el Logrotes que no se parecía a los demás -salvo a Marina, Carmelo y un poco a Spasic- se trataba del mítico Agustín “Tato” Abadía.
El Tato era un trotón, un tipo que se pasaba los partidos corriendo de un lado al otro del campo como pollo sin cabeza. Llegó a jugar en uno de los primeros Atléticos de Gil, pero donde triunfó de verdad fue en el Compos y, por supuesto, en ese Logroñes del que ahora es Secretario Técnico.
Abadía era un adelantado a su tiempo, él fue retrosexual mucho antes de que existieran los metrosexuales. Era un tipo que no encajaría en el Madrid de los galácticos pero al que le sobraba carisma para que la gente se siga acordando de él y echando de menos su facha de landista balompédico con la testosterona saliéndosele por todos los poros.
A base de pundonor, el Tato se hizo un hueco en la elite durante casi una década, la suya fue una historia de superación personal y sobre todo huevos. Pasarán los años y Abadía seguirá formando parte del subconsciente colectivo. Ya no quedan futbolistas de su estirpe, de esos que, con cada carrera, nos recuerdan que si ellos pudieron llegar a lo más alto, cualquiera puede hacerlo… si se intenta con muchas ganas y se tiene suerte.
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