En la eterna discusión sobre quién es el mejor jugador de baloncesto de la historia, la mayoría dirán Jordan y habrá quién nombre a Magic, Bird o Chamberlain. Casi nadie se acuerda de Kareem Abdul Jabbar, el tipo de las gafas elásticas que ostenta, entre otros, los records históricos de la NBA de puntos, minutos jugados y apariciones en el All Star.
Cuando tenía unos ocho años me tragaba con cuchara cada viernes por la tarde “Cerca de las Estrellas” de la mano de Ramón Trecet. En aquellos tiempos, Magic brillaba con luz propia y junto a él jugaba un tocho con gafas, de edad indefinida, que clavaba los ganchos de tres en tres.
Con apenas 42 primaveras aquel bigardo se retiró perdiendo las finales de la NBA contra los Bad Boys de los Pistons. No fue el adiós soñado, pero a nadie le importó demasiado, hacia años que el mito había superado la fama de aquel gigante de Harlem, antes conocido como Lew Alcindor.
Al parecer, los secretos de la longevidad deportiva de Kareem fueron el yoga, las artes marciales y meditar antes de cada partido, para rebajar tensiones. Su espíritu ultra competitivo hizo el resto, para convertirle durante dos décadas en una amenaza constante frente a cualquier tablero.
Con sus desaires a la prensa y a los aficionados, Jabbar se ganó a pulso ser considerado uno de los deportistas más antipáticos. El carisma y la eterna sonrisa de Magic fueron el contrapunto perfecto a este huraño pívot que con el tiempo llegaría a ganarse el cariño de la afición, más por considerarle una venerable leyenda deportiva que por entender su arisco carácter.
Juntos, Magic y Kareem llevaron a los Lakers del Showtime a jugar ocho finales de la NBA en diez temporadas, ganando cinco de ellas y haciéndose un hueco entre las mejores dinastías de la historia. Después de la retirada de Kareem, un joven Divac intentaría ocupar su sitio y la temprana retirada de Magic dejarían huérfanos de gloria a los de amarillo y púrpura hasta el advenimiento de Phil Jackson.
Su arisca personalidad le ha cerrado a Jabbar la puerta de muchos banquillos, tan solo ha podido entrenar en ligas menores y como ayudante en los Clippers y los Sonics. En la actualidad, trabaja con los Lakers, ayudando a Andrew Bynum a convertirse en el heredero de la tradición angelina de grandes pivots: Mikan, Chamberlain, el propio Jabbar y O’Neal.
Los números de Kareem no podrán igualarse jamás, el fue el eslabón entre el baloncesto clásico y el moderno, una leyenda viva del baloncesto que odiaba la fama, se convirtió al Islam, fue alumno de Bruce Lee y disfrutaba haciendo cameos en “Aterriza como puedas”. Su patentado “Sky Hook” era el arma favorita de este titán que escribió con trazo grueso algunas de las páginas más gloriosas del deporte de la canasta.
Cuando tenía unos ocho años me tragaba con cuchara cada viernes por la tarde “Cerca de las Estrellas” de la mano de Ramón Trecet. En aquellos tiempos, Magic brillaba con luz propia y junto a él jugaba un tocho con gafas, de edad indefinida, que clavaba los ganchos de tres en tres.
Con apenas 42 primaveras aquel bigardo se retiró perdiendo las finales de la NBA contra los Bad Boys de los Pistons. No fue el adiós soñado, pero a nadie le importó demasiado, hacia años que el mito había superado la fama de aquel gigante de Harlem, antes conocido como Lew Alcindor.
Al parecer, los secretos de la longevidad deportiva de Kareem fueron el yoga, las artes marciales y meditar antes de cada partido, para rebajar tensiones. Su espíritu ultra competitivo hizo el resto, para convertirle durante dos décadas en una amenaza constante frente a cualquier tablero.
Con sus desaires a la prensa y a los aficionados, Jabbar se ganó a pulso ser considerado uno de los deportistas más antipáticos. El carisma y la eterna sonrisa de Magic fueron el contrapunto perfecto a este huraño pívot que con el tiempo llegaría a ganarse el cariño de la afición, más por considerarle una venerable leyenda deportiva que por entender su arisco carácter.
Juntos, Magic y Kareem llevaron a los Lakers del Showtime a jugar ocho finales de la NBA en diez temporadas, ganando cinco de ellas y haciéndose un hueco entre las mejores dinastías de la historia. Después de la retirada de Kareem, un joven Divac intentaría ocupar su sitio y la temprana retirada de Magic dejarían huérfanos de gloria a los de amarillo y púrpura hasta el advenimiento de Phil Jackson.
Su arisca personalidad le ha cerrado a Jabbar la puerta de muchos banquillos, tan solo ha podido entrenar en ligas menores y como ayudante en los Clippers y los Sonics. En la actualidad, trabaja con los Lakers, ayudando a Andrew Bynum a convertirse en el heredero de la tradición angelina de grandes pivots: Mikan, Chamberlain, el propio Jabbar y O’Neal.
Los números de Kareem no podrán igualarse jamás, el fue el eslabón entre el baloncesto clásico y el moderno, una leyenda viva del baloncesto que odiaba la fama, se convirtió al Islam, fue alumno de Bruce Lee y disfrutaba haciendo cameos en “Aterriza como puedas”. Su patentado “Sky Hook” era el arma favorita de este titán que escribió con trazo grueso algunas de las páginas más gloriosas del deporte de la canasta.
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