sábado, enero 12, 2008

Empezar a volver



Estaba perdido en las antípodas, de mi mismo y del mundo. Demasiado lejos de Brisbane como para no sentirme en mitad de ninguna parte. Me había empeñado en pasar aquel verano en Australia, sin sospechar que probablemente jamás podría volver a mi país.

La morriña es esa sensación que te embarga cuando echas de menos ver el Toro de Osborne en las carreteras y lo único que te cruzas en tu camino son canguros. Los australianos son gente del bosque, su lema es "Take life as it comes", algo así como "lo que venga, bueno es". Su acento es endiablado y no hay día que no te preguntes porque carajo el agua del retrete gira en la dirección contraria.

Hace frío, mucho frío y me he quedado tirado en un bar de mala muerte, en una de esas carreteras de miles de kilómetros, aquí les sobra espacio, la densidad de población es ínfima y es inevitable no sentirse a ratos como un extraterrestre. A veces me reencarno en el Bill Murray en "Lost in Translation", solo que yo jamás me cruzaré por aquí con una Scarlett, capaz de curarme la soledad.

Cuando pienso en todas las noches en que acabé hasta los huevos de mis amigos, ahora también las echo de menos. Siempre que la vida es simple nos encanta pensar en complicarla, en huir bien lejos, allá donde no nos conozca nadie y podamos tener un Koala como mascota.

Lo tengo decidido, cuanto que pase cualquier carro por aquí me subiré en él y le pediré que me lleve hasta Brisbane y desde allí pillaré el primer vuelo a Sydney. No vuelvo a casa, no me rendiré tan facilmente, al fin y al cabo, este es el país donde nacieron Nicole, Naomi, Natalie y Kylie.

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