miércoles, enero 09, 2008

Caín, Abel, etc ...



Muchas veces sospeché que mi hermano me acabaría buscando la ruina. En mi familia el cariño siempre se repartió a la manera comunista, a él le tocó papá y a mi mamá. Cada uno eligió como favorito al que se parecía más al otro fisicamente, como si por alguna razón fuera más hijo suyo, aunque los dos veníamos del mismo sitio.

Mi hermano nació apenas un año antes que yo, lo suficiente para que siempre fuera "el mayor", el que primero probaba las cosas y luego las escondía, para mantenerlas alejadas de mí. No hablaré de privilegios, ni de educación diferencial, desde el principio tuvimos que convivir el uno con el otro, no lo elegímos, pero así eran las cosas.

Siempre fue mejor en el deporte y con las chicas, pero se cansaba demasiado pronto de todo, no sabía extraer la esencia de las cosas y se obsesionaba demasiado con mis pequeñas victorias de perdedor impenitente. Tal vez él fuera más guapo, pero nunca supo escuchar a las mujeres, su enorme ego le condenaba a cansarlas demasiado pronto.

No hablaré de juego sucio, de aprovechar ocasiones en las que no estaba presente para intentar levantarme a una futurible. Digamos que no podía darme la vuelta sin la sospecha de que mi propio hermano me quitaría la chica por pura diversión. Nos acostumbramos a pelearnos, a gritos y con las manos, a estar meses sin hablarnos, a miles de kilómetros el uno del otro.

Siempre imaginé que acabaría bailando sobre su tumba, pero llegado el momento no fui capaz de hacerlo: la rivalidad perpetua es la sal de la vida, nos hace mejores y sin ella, muchas veces nos faltaría una razón para seguir adelante. Nunca echaré de menos lo suficiente a mi hermano.

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