miércoles, julio 18, 2007

Cordier, Jose Smith, Arcachon ...


Es curioso como alguien puede acordarse de cosas que jamás sospechó que podría recordar. Por ejemplo yo, un día de 1896, estaba cruzando hacia Jersey en el Ferry. Mientras el nuestro salía del puerto, otro Ferry entraba, y en él había una chica que llevaba puesto un vestido blanco y una sombrilla del mismo color. Solo la vi durante un segundo. Ella no me vio en absoluto, pero le puedo asegurar que no ha pasado un solo mes desde entonces, sin que pensara al menos una vez en aquella chica.

Bernstein en "Ciudadano Kane"

Verano del 97, era la segunda vez que salía del país, esta vez iba acompañado de mi familia y era para asistir a las bodas de plata de unos amigos de mis padres. El destino era la goyesca Burdeos y los anfitriones una familia de franco-españoles mashotes que tuvieron que emigrar de España durante la dictadura.

Habían pasado tan solo unas semanas desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco, en las carreteras guipuzcoanas la bruma se mezclaba con la tristeza de unas tierras que se merecen algo mejor. En poco más de 7 horas llegamos a la capital de Aquitania, a través de enormes autopistas rectas, adornadas con las canciones de una Alanis que nunca lograría superar un debut demasiado triunfal.

Desde que llegué a aquella Maison a las afueras de la ciudad, que servía de hogar a los amigos de mis padres, me empecé a sentir como Bill Murray en "Lost in Translation". Aunque había mucha gente con la que hablar español, yo sentía esa incomunicación radical del que se siente un extraño fuera de su país, cuando no entiende los carteles por la calle.

Camino de Burdeos en un Super 5 tuneado, nos perdimos y acabamos cerca de las Dunas de Arcachon, centro turístico clave en la costa atlántica sur francesa. Se hizo de noche y en la lejanía podíamos vislumbrar las luces de San Sebastian, allá donde, pocos años después, Bardem le entregaría el premio Donostia a De Niro y Luppi haría lo propio con Bobby Duvall.

Después de dos horas, conseguimos llegar a nuestro destino original, un piso de estudiantes franceses en el que un tal Gizmo, dueño de la casa y amigo de los hijos de los de las bodas de plata, nos ofreció una cena ligera precedida de "le aperitif" que básicamente consistía en Ginebra a palo seco. Además, tuve el placer de comprobar los exóticos efectos del Champagne en la timidez de algunas francesas.

La comida fue escasa y la envidia abundante, al ver como el gobierno francés colma de ayudas a la juventud de su país, justo lo contrario de lo que ha pasado siempre en España. Sin saber ni como ni porque, acabamos haciendo una degustación de cervezas internacionales en una taberna del centro de Burdeos, rodeados de hinchas del Girondins. Aquel equipo sin Zidane, Dugarry y Lizarazu era una sombra de sí mismo que acababa de inaugurar la que sería otra mediocre temporada.

Paseando por un mercadillo de Burdeos, tuve la oportunidad de saludar a Alain Giresse, integrante de aquella Francia de Platini que nos birló la Eurocopa del 84. Entre chateaux y viñedos, me reencontré con la versión más bucólica de mi mismo, observando con recelo y respeto los días universitarios que estaban a punto de llegar, mientras olvidaba poco a poco los años pasados en la SOLFA.

Llegó la hora de la celebración de verdad, tuvo lugar en un Liceo abandonado, en mitad de la campiña. Nada más empezar recordé lo mucho que detesto las celebraciones sociales de casi cualquier índole, sobre todo si la mayoría de los asistentes no hablan mi idioma.

Una vez sentados en las mesas, en lugar de colocarme con los muchachos/as de mi edad, acabé rodeado de una pareja de sexagenarios emigrantes españoles. Al principio no tenía gran cosa que contarles, pero gracias a mi amigo Cordier acabamos fraguando una sorprendente amistad.

Rene Cordier era el último vástago de una familia de rancio abolengo de la Aquitania. Cuenta la leyenda que perdió toda su fortuna por culpa de al menos una mujer y tuvo que pagar en especie al constructor que aquella noche celebraba sus bodas de plata. La mercancía del trueque fueron unos cientos de botellas en las que aparecía la foto del tal Cordier en la etiqueta. Aquellos caldos eran tan historiados como efectivos para conseguir anestesiar mi agorafobia.

En el transcurso de mi incipiente melopea, oí una canción familiar, se trataba de "Freed from Desire" de Gala, la canción que años después daría lugar a mis famosos avioncitos, y que aquella noche me puso nostálgico, recordando mi tierra y la prehistoria del grupo de los Muchachos.

Llegados a los postres, me topé con una orgía de tartas de todos los colores, sabores y formas. Después de comer corderos asados al más puro estilo poblado de Asterix, aquellos gabachos no tenían ganas de más. No podía creerlo, empezaba a entender como conseguimos echar a las tropas napoleónicas de la península. De aquellas tartas y aquel vino, surgió una resaca de dimensiones bíblicas y una noche inolvidable de cuyos detalles casi no me acuerdo.

En algún momento de la noche un buen amigo/vecino en un estado similar al mío, empezó a disertar sobre las surrealista doctrina de José Smith, el fundador de la secta/iglesia de los mormones, del que tanto nos habló Atanasio en sus sacrílegas clases de religión. Pocos meses después, los mormones se harían fuertes en su enorme templo del barrio de Tajuñatalaz, a escasos metros de la SOLFA de Atanasio.

"Quien se acuesta borracho, amanece con agua", ese genial aforismo del Sr. Paco resume lo que fue mi último día en Burdeos, en el que lo más destacado fue que una misteriosa y desconocida jovencita francesa vestida de blanco me despidió con un dulce Au Revoir, y yo no pude evitar constestarle lo propio con la versión más grave de mi voz, a la vez que me atusaba el cuello del polo hacia arriba al más puro estilo Cantona, que debió nacer cerca de aquellas tierras o, al menos, en el mismo país.

Apenas unos días después, probaría por primera vez el licor que dio origen a la dirección de este Blog, pero eso ya es otra historia ...

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