martes, noviembre 14, 2006

Un fin de semana en el jardín del bien y del mal


Cuando tenía unos cuatro años, en mi casa había dos teles, una pequeña en blanco y negro y la mítica y grande Philips de color a la que acudía cada tarde a ver Barrio Sésamo. No voy a seguir por este camino, para que esto no derive en un plagio de "Espinete no existe".

El centro de desarrollo de Philips en Eindhoven es el paraíso de cualquier ingeniero que se precie de serlo. Rodeado de árboles y lagos, mirar por la ventana en un día de sol relaja la vista y la mente. Seguramente cualquier trabajador allí acabaría pegándose un tiro si tuviera que trabajar de continuo en uno de tantos zulos en los que algunas empresas españolas hacinan a sus empleados.

Es inevitable acordarte de Gullit, Koeman o Hiddink cuando pasas por Eindhoven; sin olvidar la gesta europea del Sevilla este mismo año. A parte del fútbol y la electrónica, no hay gran cosa por allí: mucha bici y una universidad pública que sirve de cantera intelectual a la ciudad y al país.

Utretch me suena a álbum de cromos de Italia 90, no sabría decir si es el nombre de donde nació o el equipo en el que jugaba alguien de aquella otra Naranja Mecánica que se estrelló en el mundial trasalpino. Allí tampoco parece que haya mucho que hacer, su mayor merito es estar a media hora de Ámsterdam.

Ámsterdam es la ciudad europea del vicio, una suerte de Las Vegas en la que en lugar de Casinos hay coffeeshops y el Barrio Rojo sustituye a los habituales espectáculos de artistas ilustres. Noviembre en la Venecia del Norte es frío y con lluvia intermitente, la humedad se te cuela hasta el tuétano y hace que eches de menos tierras más templadas.

Las calles forman una colmena indescifrable en la que unos nombres impronunciables hacen que te pierdas una y otra vez, acabando frente a otro de esos coffeeshops que te recuerdan que eres de beber y que el alcohol es la única sustancia psicotrópica que te interesa meterte en el cuerpo.

En el Ámsterdam Arena te venden un poco de la magia de la mejor cantera de Europa, retazos de un pasado que fue glorioso y un presente incierto. Una vez allí, te preguntas en que portería metió Mijatovic el gol que nos liberó de una vez por todas de nuestra vitola de perdedores. El espíritu de los Van Basten, Cruyff, Bergkamp, Laudrup o Van´t Schip habita entre sus paredes, aunque no llegaran a jugar allí jamás.

Heineken es la cerveza que nos ponen en Jarra&Pipa, sabemos que no es la mejor que hay, pero nos gusta beberla acompañada de panchitos, olivas o lo que sea. Heineken Experience es su fábrica-museo, en la que te dan tres birras y un regalo. No hay nada nuevo por allí, pero sirve para echar un buen rato con los Muchachos.

El Barrio Rojo es una de las principales atracciones turísticas de Ámsterdam, allí cada noche cientos de personas pasean viendo a mujeres que venden su cuerpo detrás de escaparates. Algunas son espectaculares y otras rozan la sordidez. Una vez que la miras es imposible olvidar los ojos secos de la “Eugenia Silva del Wallen”, que desde la puerta de su sótano acristalado te pide a gritos que la saques de aquel mundo o que al menos la liberes de su furor uterino.

Los museos son sitios en los que descubres que Van Gogh fue un artista autodidacta que pintaba para dejar un legado a la humanidad y que consiguió convertirse en inmortal. Se echan de menos más claroscuros de Rembrandt mientras paseas entre los canales, acordándote de las góndolas de la Venecia del Sur.

Ámsterdam es un gran sitio para perderse un fin de semana, respirando la libertad a grandes bocanadas, allí el cielo parece más verde y el césped más azul.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Alguien habló de Amsterdam en primavera. No suena nada nal. Entretanto, tendré que acostumbrame a imaginar las inimaginables mujeres que aspiran humo prohibido en el barrio del lujo, que en realidad es el barrio de al lado de casa. Tampoco estaría mal una heineken y uno de los goles del señor Van Basten.