martes, abril 24, 2007

Jo que noche IV (Tangas desalmados)



Volví a saber de ella a través de una de esas páginas de contactos profesionales que hay mucha gente que odia y/o desprecia con razón. No le había ido nada mal, por lo visto habían servido de algo los años que desperdició en las Universidades de Torino y Wichita, donde había comprado los aprobados a golpe de talonario.

Dadas mis dotes de clarividente, ya sabéis, de los que piensan en gente y se les acaban apareciendo como si fueran el mismísimo diablo, presagiaba que pronto me la encontraría aunque en el LinkedIn pusiera que estaba a miles de kilómetros de aquí. ¿Qué habrían hecho en Kentucky para merecer a semejante tiparraca?

Allí estaba yo, 1.30 de un jueves cualquiera, volviendo del cumpleaños de un muchacho cualquiera, por el desierto barrio de Adelfas y allí estaba ella: atándose los cordones imaginarios de sus sandalias, dejando ver aquello que los más profesionales llamarían el tirachinas.

La comida basura americana le había sentado francamente bien, había perdido unos cuantos kilos y precisamente donde más le sobraban. Se ve que su papi el cirujano le había regalado una liposucción por su santo.

Nos saludamos con un movimiento de cabeza, la última vez que hablamos acabé diciéndole “que te vaya muy bien en la vida” y deseándole justamente lo contrario. La banda sonora de nuestro mejor momento juntos había sido un bolero de Tamara la buena: estábamos condenados a la hecatombe.

Esta vez parecía que ella iba más borracha que yo, era más diplomática, menos rencorosa o todo junto. No me preguntéis cómo pero acabe en su casa, donde al parecer su madre estaba durmiendo. Después de hablar un poco del presente y el futuro, descorchó una botella de Cardhu y me recomendó bebérmelo con agua.

Fui un momento al baño, vi que había un ventanuco muy interesante y me escapé por allí mismo. No era un piso muy alto, pero acojonaba bastante. De la ventana más cercana se escapaban aullidos flamencos, de esos que siempre odie. Estaba vez era eso o acabar aguando whisky en compañía de una pija flauta del distrito de Retiro, que mojaba el parquet pensando en cualquier universitario de la Ivy League.

Pues sí, el vecino de aquella mindundi era uno de nuestros bailaores más conocidos all around the world. En la bañera de aquel tipo había coca como para enzarpar a un pueblo de tamaño medio. Tenía miedo de estornudar y acabar embadurnado en aquella harina alucinógena boliviana. De allí había que huir todavía más rápido, pero esta vez lo haría por la puerta, como los señores.

El personal estaba tan ido que no me costó mucho hacerme pasar por el hermano futbolista de Finito de Córdoba. Con la excusa de ir a por unos hielos me dejé caer por el descansillo de tan ilustre portal. Eran las 3 de la mañana y tocaba irse al sobre, que al día siguiente había que … seguir sobreviviendo.

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