Hoy comienzan los siete capítulos finales de “Los Soprano”, sin lugar a dudas, la mejor serie de la historia de la televisión. Las apuestas están 2 a 1 para aquellos que dicen que Tony acabará criando malvas antes de que acabe la serie … tendremos que esperar hasta junio para averiguarlo.
Han pasado ocho años desde que aparecieron por primera vez en la HBO, revolucionando las parrillas televisivas a base de problemas mafiosos cotidianos, de esos que a todos nos resultan tan familiares, porque si cambias al capo de turno por tu jefe y a los soldados por tus compis de curro: al final a ti también te apetecería cortar unas cuantas cabezas a diario, acabando la jornada tomándote unas birras en tu club de strip-tease privado.
Desde el diván de la doctora Melfi, Gandolfini se ha reencarnado en uno de los personajes más logrados de la televisión moderna, un insólito cruce entre Homer Simpson y Don Corleone, que en cada capítulo nos sorprende con su infantilismo y capacidad de liderazgo. Un tipo digno de estudio tanto en las escuelas de negocios como en las de psiquiatría.
La familia lo es todo para Tony Soprano, sobre todo mientras engulle cannolis viendo documentales de guerra en el canal de historia. Su fijación por las morenas sofisticadas de pelo rizado le va a costar un disgusto de un momento a otro. Su enorme barriga de Oso de la Cosa Nostra no nos deja ver sus capítulos que emite la Sexta a la una y media de la mañana. Nunca será un ídolo de masas en España ¿a quién le importa?
Una mañana David Chase se levantó en mitad de un sueño nada húmedo y pensó:¿por qué no hago una serie en la que cada capítulo sea una película en sí misma? Algo de calidad, para un público selecto y que a la vez enganche a cualquiera que lo vea. En ese momento sonaba un aria en su radio-despertador:
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