jueves, febrero 01, 2007

Un muchacho cerca de las estrellas


El destino es siempre caprichoso, cuando echo la vista atrás y pienso como llegué esta noche a sentarme en una butaca del Boston Garden, para ver en directo a los dos mejores equipos de la historia del baloncesto, es imposible no esbozar una sonrisa.

Desde siempre supe que no jugaría jamás en la NBA, sobre todo porque no llegué a hacerlo siquiera en el equipo de mi colegio. Siempre fantaseé con ir a Los Angeles para ver en directo a los Lakers, ese equipo vestido con los colores de los sueños cerveceros, que representa como nadie el glamour de una sonrisa de Rodeo Drive en un cuerpo torneado por el sol de las playas de Manhattan Beach.

Imaginaba que sería como en una película que vi hace años en la tele, en la que un tipo obsesionado por California iba a visitar L.A. y allí, de la noche a la mañana, se convertía en un triunfador, empezando como chofer de limusinas y acabando forrado, rodeado de infinitas diosas californianas. Al final de la historia, se descubría que todo había sido un sueño; y cuando el protagonista visitaba de verdad el estado del oro, lo más que pillaba era un catarro por culpa de la incesante lluvia.

Al Banknorth Garden hemos ido a pata desde Fanueil Hall porque el flamante estadio de los Celtics se veía a lo lejos, como cuando vas andando por la Castellana y ves el Bernabeu en las grandes noches europeas. Hacía frío, como siempre que es invierno por aquí. En la calle hay carteles que recomiendan que si te encuentras una persona inconsciente por la calle, le achuches con un palo para ver si está muerta o sólo congelada.

Los Celtics son el equipo de la nostalgia, en los puestos de camisetas de su estadio conviven los Pierce, Telfair, Szczerbiak y demás; con el 33 de Larry Bird, el mejor jugador blanco de la historia, al que todo el mundo echa de menos por estas tierras. Los pasillos del Garden están plagados de puestos de perritos, pizzas, palomitas y demás manjares dispuestos a saciar el hambre de triunfo de los bostonianos.

Ir a un partido de la NBA es como ir al circo, desde el enorme videomarcador central se ofrecen todo tipo de entretenimientos, por si no te gusta al baloncesto. Ante tamaño despliegue, hay momentos en los que te olvidas de que unos metros más abajo está sentado un tipo que ha ganado nueve anillos como entrenador, otro que una noche le enchufo 81 puntos a los Raptors, que del techo cuelgan 16 banderolas en recuerdo de las copas que casi nos bebimos en el Convención, e incluso que llevabas casi 20 años soñando con ver algún día a tus Lakers.

Gracias a invitaciones y entradas autofinanciadas, he visto unos cuantos partidos memorables, los suficientes para no emocionarme a las primeras de cambio. A pesar de mis oscuras pelotas de aficionado, me lo he pasado en grande con los 7 triples imposibles de Kobe Bryant. Sus 43 puntos de hoy certifican que es el mejor jugador que he visto en directo sobre una cancha de baloncesto.

Los Lakers están lejos de su mejor forma: Odom se ha dedicado a subir una y otra vez la bola, en plan falso base, el tío está pidiendo a gritos que le cambien por Gasol. Smush Parker ha empezado muy fuerte y se ha acabado diluyendo como un azucarillo. Radmanovic solo ha brillado cuando estaba todo decidido. Bynum está demasiado verde para llevar todo el peso bajo los tableros, y del banquillo solo se salva Turiaf, con su habitual generosidad en el esfuerzo.

La sensación después de tu primer partido de la NBA es la misma que tuviste después de enrollarte por primera vez con una mujer: llevabas tanto tiempo viéndolo por la tele, que cuando lo vives de verdad no te parece real.

El partido acaba con una victoria sobrada de los Lakers, así que te acuerdas de los tiempos de Magic y Bird, cuando este era el partido del año y nada se decidía hasta el último segundo. Uno de los que viene contigo te cuenta que él estuvo también viendo a los Lakers el año pasado y piensas que podrás verles el año que viene, aunque en el fondo tienes la sensación de que tampoco ha sido para tanto.

Cuando llegas al hotel recuerdas que hay un sitio de Internet que almacena todos los resultados de la NBA, le echas un ojo y descubres que los tres últimos años este partido se ha jugado en marzo, una época en la que es improbable que estés algún año por estas tierras.

Apagas el ordenador y empiezas a echar de menos a las animadoras, los perritos, la banderola con los números de camiseta retirados, al Tío Phil, a Kobe y hasta los videomarcadores que a ratos muestran al público para regalarles unos segundos de fama.

Te empieza a apetecer eso de que monten una franquicia en Madrid, para ir a ver a los Lakers todos los años y volvértelo a pasar como ese niño de ocho años que descubrió la NBA viendo por la tele las manoletinas de Magic, comentadas por la voz cazallera de Trecet, ese tío que nos metió en la cabeza que algún día podríamos llegar a estar cerca de las estrellas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es inspirador que hayas visto tanta mítica y mística junta. Por fin se van cumpliendo nuestros pequeños sueños y nadie como nuestro muchacho más anglofilo para relatar un partido tantas veces disputado con la imaginación. Davide, te esperamos el sábado para brindar por el tío Phil y el lunes para que te batas en duelo (digo en bromas) con el tío Fran en American.