sábado, octubre 21, 2006

En tierras bávaras y cerveceras


Hofbräuhaus es probablemente la cervecería más famosa del mundo, cuando entras allí te sientes pequeño, por el tamaño del sitio y también por las enormes jarras de litro que todo el mundo consume. Aquello es como una sucursal perenne del Oktoberfest, en la que los bávaros y los turistas acuden a diario a disfrutar del zumo de cebada.

A parte de la cerveza, Munich tiene otros muchos alicientes, sin llegar al nivel de sofisticación que dicen tiene Berlín, el Mónaco de Baviera huele a modernidad y, a la vez, a profundo arraigo histórico. Desde dentro de la ciudad observas con claridad que tiene muchos motivos para sentirse orgullosa de lo que es hoy en día y también un vergonzoso pasado nazi que la urbe misma se niega a olvidar, por miedo a que la historia vuelva a repetirse.

El codillo, las salchichas y la deliciosa Weissbier (cerveza de trigo) no pueden faltar en la mesa de cualquiera que pare en Munich. Tal vez no tengan la mejor gastronomía del mundo, pero es innegable que los alemanes saben dar carisma a sus platos, la mayoría basados en la carne de cerdo y con unos postres de lo más espectaculares.

Lo que más impresiona a un madrileño que pase por allí es la paciencia de los conductores muniqueses. El claxon es un mero adorno en los BMWs, Mercedes, Volkswagen y demás bugas que pueblan la ciudad. Supongo que es otra forma de entender la vida, la sangre teutona es mucho más fría que la de los matadores latinos, y tal vez nosotros debiéramos tomarnos el tráfico con algo más de calma.

En torno a la parada de cercanías de Ostbahnhof se pueden encontrar varias decenas de garitos, el más famoso de ellos el Milchbar, del que no puedo decir gran cosa porque sus rubicundos puertas no nos dejaron entrar ninguno de los días en que lo intentamos. Sin haberlo pisado, estoy seguro de que he estado en sitios mejores.

Dónde si que conseguí entrar el viernes fue en el Kultfabrik, una enorme discoteca que llama la atención desde lejos por sus cañones de luz. Te cobran 5€ por entrar, a cambio de nada, y dentro las copas las ponen con dosificador, al menos no son de garrafa, como en la mayoría de los garitos de Madrid. La mejor opción es tomarse un Sambuca – sin quemarlo - y unas cuantas cervezas.

El sitio era grande y lo mejor que tenía era la música, por la ausencia de reggaeton, salsa o similares. Incluso había una zona en la que ponían rarezas pop/rock de los 80 y 90, como la genial “Narcotic” de los Liquido.

El sábado había mucha más gente y acabamos en un sitio poblado por europeos del Este, en el que un tipo sentado a la salida de los baños te obligaba a dejar alguna moneda después de hacer uso del escusado. Era algo que ya habíamos visto en unos cuantos restaurantes y que resulta patético en uno de los países más poderosos del planeta.

En resumen, Munich es una ciudad que merece la pena por todo lo que hay que ver allí y en sus alrededores, por su gente, su cerveza y su gastronomía. Respecto a su vida nocturna: cuando la pruebas entiendes porque a los alemanes les gusta tanto España.

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