sábado, mayo 03, 2008

Algunos hombres malos


Tommy Lee Jones es uno de esos eternos secundarios que cuando le dan un protagonista se convierte en un seguro aspirante a todos los premios. "En el Valle de Elah" es una muesca más en una trayectoria impresionante, esta vez va de la mano de Paul Haggis, el último prodigio de la cinematografía americana, el elegido para escribirle los guiones a Clint Eastwood y que nos dejó boquiabiertos con su opera prima "Crash".

Charlize Theron desmaquilla su belleza para reencarnarse en una policía rebelde y madre soltera, que tiene que desentrañar un oscuro crimen relacionado con la Guerra de Irak y con los que la sobreviven. La tele nos ha enseñado una parte de las atrocidades a las que conduce el nuevo síndrome de la guerra de Golfo, "En el Valle de Elah" inaugura lo que en los próximos años será un género en sí mismo: Películas que versan sobre el nuevo Vietnam, necesarias o superfluas hasta que cicatricen todas las heridas.

No estamos hablando de "Apocalipse Now", ni Haggis pretende que lo sea, esta vez solo nos acercamos al campo de batalla desde la pantalla de nuestro teléfono móvil, con la esperanza de que el horror acabe pronto y los lobbies recauden lo suficiente como para salir por patas de tan áridas tierras, sin necesidad a pernoctar allí Mil y Una Noches.

Con sensibilidad de patriota desgarrado, Tommy Lee dibuja un padre atacado por el odio y los remordimientos, en busca de una verdad que sabe que no le va a gustar y culpables que acaben colgando del palo más alto, aunque tenga que ser boca abajo. El patriotismo absurdo se convierte en algo tan necesario como respirar, cuando hay que justificar cualquier medio en busca de unos fines de dudosa sinceridad.

En su retorno de "El Padrino", Mark Winegardner narraba con extraordinaria vivacidad lo que un soldado siente en el campo de batalla cuando pierde un compañero y como puede transformar tu carácter para siempre. El rostro hierático de Michele Corleone es la coraza necesaria para sobrevivir en la selva o en el desierto, cuando lo que vemos por la tele se convierte en una pesadilla real en la que por mucho que queramos no podremos despertar.

Haggis lo ha vuelto a hacer, mientras pertrecha múltiples proyectos con su varita de artesano, recomponiendo mundos tan complejos como cotidianos, en los que los personajes cobran vida propia mucho más allá de las pantallas oscurecidas al final de la función. Seguiremos expectantes hasta que se acabe la guerra, hasta que este horror sea sustituido por el siguiente.

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