lunes, noviembre 26, 2007

Memorial Fernán Gómez


Sirva este post de despedida para un genio total, renacentista, anarquista de pro, famoso por su talento, sus exabruptos y su incondicional amor a las mujeres y el licor de malta escocés. El tiempo acrecentará la leyenda de Fernán-Gómez, se echará de menos su perpetua voz de ultratumba sobre los escenarios, su maestría en todo lo que se proponía y su genuina determinación que le obligaba a ser siempre fiel a sí mismo.

Le recuerdo como uno de esos personajes televisivos que siempre han estado ahí, desde los tiempos en que solo teníamos cadena y media. Pertenece a esa estirpe de cómicos que vivieron con resignación todo el franquismo. De vez en cuando me encuentro por las calles de mi barrio a Saza, otro de los clásicos que se aferra a la vida con la fiereza de los que una vez supieron hacer reir a todo un patio de butacas.

Desde su asiento de la Real Academia, Fernán Gómez siempre se preguntó que carajo hacía él allí, un cómico disfrazado de intelectual, sabedor de que sus historias estaban construidas a base de personajes de los que le perdieron el miedo a la vida mirándola desde los escenarios. Si hubiera nacido en Iowa, probablemente hubiera acabado como Orson Welles: frustrado y exiliándose en Europa para hacer cine. Al igual que el mago Welles, el último legado del maestro Fernando son un puñado de anuncios de cerveza: como no podía ser de otra forma, su penúltimo servicio al dios Dionisios, que tantos buenos ratos le hizo pasar.

Quiso que su funeral se convirtiera en una fiesta, en la que todos lo pasarán bien, observándolo él desde el más allá de los que un día se ganaron la inmortalidad escribiendo, actuando y creando historias imposibles, de esas que nunca se olvidan, porque los que las dieron la luz, decidieron vivir para siempre a través de ellas.

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