jueves, agosto 24, 2006

Afeitado apurado


Pacey es un tipo que nunca tendrá una serie que lleve su nombre y que soporta estoicamente como capítulo tras capítulo el tristón Dawson abusa de una enfermiza melancolía.

Su padre y hermano mayor siempre le recordaban que sería un fracasado, según ellos a lo más que podía aspirar era a trabajar en una gasolinera, viendo pasar coches que jamás podría comprarse.

Como no era el protagonista, Pacey siempre se tenía que conformar con la chica equivocada: profesoras pseudopederastas, esquizofrénicas y otras tantas mujeres disfuncionales conforman su curriculum amoroso. Pacey nunca podría aspirar a robarle la chica al prota ¿o si?

Joey es una mujer de belleza poco común, que unos años más tarde acabará dejándose seducir por la cienciología y su profeta de la eterna sonrisa. El de Pacey y Joey es un amor imposible, porque el mejor amigo del prota no tiene derecho a quedarse con su chica. A lo más que puede aspirar es a que le hagan un spin-off y alli todo gire a su alrededor, con los consabidos cameos de sus antiguos compañeros de reparto.

Pero un día Joey se da cuenta de que detrás de su aparente odio por Pacey se esconde una atracción irrefrenable y nuestro antihéroe conquista a la chica. Su osadía le costará a Pacey la amistad de Dawson y como su historia es imposible los tortolitos tendrán que romper. Él nunca podrá olvidar a la tal Joey, por mucho que en sucesivas temporadas se tire a todas la mujeres que pueda, cuanto más locas mejor.

Pero los guiones de TV, como la vida, a veces son impredecibles. En la última temporada el perdedor Pacey se transforma en un aprendiz de broker y empieza a tener el dinero por castigo. A lomos de su impecable BMW, Pacey surca las calles de Boston, derrochando billetes verdes y visitando casi a diario el Acuario de Nueva Inglaterra en la hora de la comida: le relaja ver especies marinas nadando en el inmenso estanque central.

Su padre y hermano ahora le hacen la pelota, y él no es rencoroso. Lo único que le interesa es mirar hacia delante, porque en el fondo sabía que nunca sería un fracasado, al menos mientras pusiera corazón y pelotas en todo lo que intentaba.

En uno de los actos finales, Pacey y Joey se quedan una noche encerrados en un supermercado. Sin más personajes que ellos, construyen una contundente historia de amor y redención. El nuevo Pacey triunfador se deshace de su estúpida perilla y su pelo para arriba, volviendo a ser el Pacey de siempre: ese lampiño perdedor, despeinado y sarcástico.

Como en el corto de Scorsese "Afeitado Apurado", todo gira en torno a la espuma y la cuchilla. A golpe de filomatic, el viejo Pacey vuelve cual ave fénix resurgiendo de sus cenizas, para recordarnos que por mucho que cambiemos la esencia tiene que perdurar.

Todavía está en el aire como acabará todo, pero ¿a quién le importa? En ocasiones una sola noche justifica una vida y en TV un capítulo soberbio da sentido a seis temporadas de adictiva ñoñería entremezclada con algunos momentos brillantes.

Pacey será recordado como uno de los personaje más muchachescos de la TV, un tipo que no estaba llamado a ser el protagonista, pero que se atrevió a desafiar a todos aquellos que decían que no era lo suficientemente interesante como para tener su propia serie.

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