martes, diciembre 11, 2007

Pistas de despegue propias ...



Siempre supe que acabaría liándola como el protagonista de "Un Día de Furia", sólo era cuestión de tiempo que pasara. Aquella era una mañana como otra cualquiera, estaba amaneciendo cuando salí del garaje y acabé de ver salir el sol durante la siguiente hora, que fue lo que tardé en recorrer el escaso kilómetro que separa el Puente de Vallecas del Alcampo de Moratalaz.

Supongo que en Madrid hay demasiados coches y por eso es normal que haya accidentes que obligan a cortar carriles de la M-30 en sentido Norte, pero aquel día me daba igual, estaba muy quemado. Si hubiera tenido una recortada me hubiera subido en el capó de mi coche y me hubiera liado a tiros, hay quien dice que relaja. Por suerte para todos, no consumo armas, así que decidí salirme por la tangente y escaparme por la nacional II, esa carretera maldita, llena de burdeles y que conduce directamente hacia el aeropuerto. Tenía que escapar de esta ciudad de una vez por todas.

Ya no recordaba la última vez que había estado más de una semana fuera de Madrid, era víctima de un síndrome que me hacía ver gente gris y obras por doquier. Cogería el primer avión que me llevara lejos, por supuesto evitaría la T-4; no llevaba equipaje que me pudieran perder, pero detestaba sus amplios espacios y su diseño arquitectónico vanguardista. Dejaría mi utilitario tirado en una zona amarilla, siempre sería más barato recogerlo en el deposito municipal que en el parking para estancias de larga duración.

Una vez dentro de aquella T-2 añeja, me acerqué al mostrador de Spanair y pregunté para qué vuelos quedaban asientos disponibles aquella mañana de niebla: Valencia, Bilbao, Munich, Copenhague, Varsovia, Praga, Florencia y Moscú. Por supuesto elegí la capital de la Toscana, sería un buen momento para reeditar mis correrías por aquella ciudad llena de arte y magia enlatada, además hacía justo una década que la visité en el típico viaje a Italia en COU.

No llevaba líquidos, ni maletas, ni portátil, por lo que el control de acceso a la zona de embarque sería un paseo militar, me gustaba la tranquilidad que se respiraba en aquella T2, nada que ver con los agobios típicos de la T4. Todo era paz y armonía, hasta que un gilipollas tuvo que venir a joderlo. Era un tipo alto, barbudo y enjuto, que empezó a protestar por tener que quitarse las botas para pasar el control. El personaje lanzó su calzado con saña al escaner y, acto seguido, se cagó en lo que llamó la puta mafia de los seguratas.

A su lado una asustada pero convencida novia, le daba con relativo miedo la razón. A ella le hicieron también quitarse los zapatos y al cabo de un rato por fin acabaron y pude pasar yo el control. Los seguratas que vigilaban eran de perfil bajo, parecían acojonados ante la mala baba del imbécil barbudo. Mientras me ponía el cinturón y el abrigo, aquel mamón seguía despotricando y chistando por tener que calzarse de nuevo las botas.

Nunca he sido un tipo violento, pero sentí un irreflenable impulso de inflarle la cara a ese imbécil ... y por una vez lo hice: cogí una maleta tamaño cabina que estaba a mi lado y se la lancé en la jeta al barbudo, ante el estupor y bizarro alivio de su partenaire femenina. La sangre del imbécil empapó el suelo de la zona de embarque de la T2 y los seguratas despertaron de su plácido letargo, para abalanzarse sobre mi persona. Me había metido en un lío ...

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