jueves, diciembre 13, 2007

... hacia ninguna parte



Los seguratas me hacinaron en el típico cuartillo que tienen para hacer inspecciones anales a los portadores de farlopa transoceánicos. En apenas treinta segundos había mandado al carajo toda una vida esforzándome por ser un "buen chico", por portarme más o menos bien con todo el mundo, hacer mis tareas a tiempo, no meterme en muchas peleas, no dar demasiados disgustos a mis padres, no inyectarme droga, ni traficar con nada de lo traficable ...

A partir de ahora sería un convicto o ex-convicto el resto de mis días, todos los años que había pasado chapando y explotado en el curro, ya no valdrían para nada. Ninguna empresa de postín - de las que miran los antecedentes penales antes de contratar - me querría fichar y todos mis conocidos se avergonzarían de cruzarse conmigo. No había matado a aquel imbécil, pero le había hecho la suficiente pupita como para que un fiscal tipo Shark me mandara entre rejas unos cuantos meses.

La zona de embarque de un aeropuerto no es el mejor sitio para cometer un delito punible: estas en tierra de nadie, en una sucursal de ninguna parte en la que la gente pierde el tiempo mientras espera para salir volando lo más lejos posible, dejando atrás todo lo que habían sido, al menos durante las últimas horas o días.

Un segurata cincuentón y bigotudo vino a darme la charla, me dijo que lo que había hecho no estaba bien, que le había reventado la nariz y parte del craneo al imbécil, que debería controlar mejor mis instintos asesinos ... Nunca he llevado muy bien que me den la charla, pero en esta ocasión me daba igual, mi cuerpo seguía allí, pero mi cabeza hacía mucho que estaba lejos, muy lejos: pensando en las reflexiones de Jack Nicholson sobre los peligros de la promiscuidad en nuestro tiempo y lo mucho que nos habíamos perdido - sexualmente hablando - los que no vivimos los 60 ni los 70. El tío Jack y las miles de mujeres con las que se había acostado, eran el ejemplo perfecto de que con ellas: más vale tener gracia que ser agraciado, una inspiración para todos los no guapos.

Otro par de agentes de seguridad vino a escuchar la charla del segurata bigotudo, y ya de paso me trajeron unas roscas y un cortado. Aquel no era el típico trato que se les daba a los delincuentes en las películas policiacas: allí solo había polis buenos, o mejor dicho, seguratas buenos.¿Dónde carajo estaba la policía de verdad? Ya había pasado más de una hora desde que le fileteé la cara al imbécil con la maleta.

Me volvieron a dejar solo y tuve tiempo de reflexionar sobre la fugacidad de los buenos momentos y la arbitraria subjetividad de nuestra memoria selectiva, seguramente todo fuera producto de la ingesta masiva de roscas: demasiado azúcar nos puede llegar a colocar. Me dejaron la puerta entreabierta y cuando dieron las 2 de la tarde decidí largarme sin más. Salí, miré a un lado y al otro, y cuando me quise dar cuenta ya estaba de nuevo en mi coche, que por fortuna todavía no se había llevado la grúa.

Todo volvía a empezar, me esperaba una media jornada laboral en uno de esos edificios "inteligentes", situados en mitad de una civilización de casas clones. Aquella noche tendría algo en lo que pensar antes de irme al sobre ... aunque al final no fue así, me quedé dormido sin llegar a meditar ni por un segundo acerca de lo fácil que resulta perderlo todo y lo fácil o difícil que a veces es volverlo a recuperar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder, socio, hacía tiempo que no me sentía tan cerca de tu persona y escritos. Los tres últimos se llevan la palma. Sencillos, sin pretensiones, pero brillantes. Y extrañamenete familiares. Definitivamente, el móvil nos ha complicado la vida, aunque nos ha dado alguna alegría memorable...

Un abrazo