domingo, septiembre 23, 2007

Tan grande como su ego


Hace una década nos reíamos de Mourinho en el colegio, dando por sentado que a diario era salvajemente sodomizado por Bobby Robson, el viejo zorro inglés al que prestaba servicios de traducción, con una eficacia incuestionable. A día de hoy el portugués lo ha ganado todo en el fútbol de clubes y el resto de sus días soló tendrá que trabajar por amor al arte.

Cuentan que es un motivador nato, capaz de hacer creer que es el mejor del mundo a cualquier tronquete de dudosa calidad y poderosa zancada. Ha canalizado toda la tristeza de sus genes lusitanos hasta convertirla en una suerte de perpetua mala cara que esconde la sonrisa de un ganador inasequible al desaliento.

Sus equipos no juegan bien pero ganan, sus hinchas y jugadores le adoran, pero el mafioso Abramovich lo quería todo: ganar la Champions jugando de cine, algo que no está al alcance de casi nadie. Harto del intervencionismo y las ingerencias, Mou ha hecho su petate en busca de tierras más cálidas. Su acérrimo antibarcelonismo le hace sempiterno candidato al banquillo del Madrid, para regocijo de los amantes del "fútbol espectáculo" de Fabio Sombrero.

El Chelsea le debe todo a Yosé, han ganado más con él en tres años que sin él en un siglo. Es un personaje en la Premier, donde no podrá entrenar en un tiempo y que echará mucho de menos su antipatía glamourosa. Haga lo que haga con su carrera, siempre será noticia. Si fue capaz de ganar la Champions con el Oporto puede ganar lo que sea con quien sea.

Es una versión corregida y mejorada de Maguregui, amante incondicional de un fútbol tan pragmático como amarrete y cicatero. Coleccionista de eminentes trotones pollaescoba, amontona fantasiastas en su banquillo, donde se pudrirán hasta que el partido este más que ganado. Su mirada es un corte de mangas en la jeta de todos aquellos que alguna vez nos reímos de él y que nos seguimos preguntando qué es lo más importante el camino o dónde acabas llegando.

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