lunes, abril 13, 2009

Erase una vez ... en Italia


"Novecento" es probablemente la última gran película que me quedaba por ver de la primera época dorada de De Niro. Con casi 300 minutos de metraje, esta megaepopeya repasa la primera mitad del siglo XX en la vida de dos personajes que representan las dos caras de la moneda italiana: el señor cuasifeudal y el siervo sobrado de pelotas y escaso de suerte, que acabarán unidos por un destino común inesperado.

Con figuras como Depardieu, Burt Lancaster, Donald Sutherland o el propio De Niro; Bernardo Bertolucci compone una obra superlativa por su tamaño, pero algo cansina en su desarrollo, tal vez para apreciarla de verdad habría que verla por capítulos o del tirón sin levantarse siquiera para ir al baño.

Por la pantalla desfilarán comunistas, fascistas, socialistas, partisanos y todas las demás ideologías que llevaron a la ruina a los italianos y cuyo recuerdo les haría resurgir tras la Segunda Guerra Mundial. El mundo que nos retrata Bertolucci esta rodeado de esa atmósfera viejuna de nuestros abuelos y bisabuelos, cuando los señores tiranizaban a los braceros en un régimen de semi-esclavitud y era prácticamente imposible mejorar tu estatus social, porque la mayor parte de los ricos ya lo era desde la cuna y no dejaban a ningún extraño acercarse a su selecto club.

Habiendo nacido el mismo día de comienzos de siglo, Olmo y Alfredo vivirán vidas muy distintas, las de un campesino bastardo y el nieto del Patrón, condenados a heredar la suerte de sus antepasados, sin importar los méritos que atesoren durante su propia vida. Bertolucci no escatima en medios para pintarnos la cruda realidad de la época con pelos y genitales, envolviéndola en un manto de bellos paisajes y funestas intenciones.

La brusquedad de los movimientos de los personajes, es la de un tiempo en el que el pueblo llano se hartó de los abusos de los poderosos y decidió que también querían su parte de pastel, que ya no se conformarían nunca más con las migajas. La reacción de los "señores" fue inventarse a los camisas negras de Mussolini, fascistas sin ningún escrúpulo, ideados para devolverles el poder aplacando las iras del populacho. La Segunda Gran Guerra acabó poniendo a todos en su sitio, allí donde acaba esta mastodóntica historia.

Como en casi cualquier película, el amor también tiene sitio en su descomunal metraje. Las mujeres de Olmo y Afredo serán tan distintas entre sí como parecidas a ellos mismos. La ruleta de la vida les acabará separando de ellas, por la misma inevitable inercia que guiará su peculiar amistad ... en un siglo muy lejano, ese Novencento en el que casi todos nacimos.

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