El día en que Obama se hizo con la Casa Blanca lo recordaremos como parte de una maraña de acontecimientos históricos que nos rodean por todas partes y de los que todavía no sabemos si saldremos bien parados. Se habla mucho en los medios y en la calle de crisis, recesión, paro, burbujas que se pinchan ...
La última vez que pisé los States, sumido en ese jet lag inverso que te hace despertarte a las 4 de la mañana porque en España son las 10, tuve mi primer contacto audiovisual con un monstruo de la retórica y la puesta en escena: Barack Obama. Un hombre hecho a sí mismo al que parece que le sobra inteligencia, sin demasiados escrúpulos y que representa la penúltima esperanza de un mundo que hace años que perdió su fe en los políticos.
La suya ha sido una lucha contra corriente, parecida a la de Tommy Carcetti en "The Wire", pero a la inversa. La magistral serie de la HBO nos muestra a un concejal joven y blanco que se atreve a presentarse a la alcaldía de Baltimore, ciudad de mayoría negra en la que hace décadas que todos los alcaldes han sido afro-americanos.
En su trayectoria hacia el ayuntamiento, Carcetti nos muestra las luces y sombras de la carrera electoral, los pactos con el diablo necesarios para seguir vivo en política, los sapos que hay que tragarse y la lucha interior para que no se esfume del todo la honestidad que, muchas veces, se opone por completo a una ambición infinita.
En el país de las conspiraciones, son muchos los que piensan que en los próximos meses se pondrá a prueba al electo presidente, buscándole las cosquillas para averiguar hasta donde está dispuesto a llegar. Por muy mal que lo haga Obama, es virtualmente imposible que lo haga peor que su predecesor en la Casa Blanca. Como en tantas ocasiones, el maestro Enric González nos ha vuelto a dar una lección de historias con su columna de hoy:
El presidente peor cualificado del siglo XX, un tipo al que nadie quería. Se llamaba Harry Truman. No tenía educación universitaria. Tampoco tenía dinero ni contactos familiares. Por no tener, no tenía ni buen carácter. Su única base política era la mafia demócrata de Misuri, racista y corrupta. En 1944, el presidente Roosevelt, consciente de que iba a morir en poco tiempo, se presentó por última vez a unas elecciones. Buscó un buen vicepresidente, que había de ser su sustituto, pero no lo encontró. Sólo encontró a Truman, un senador novato, tan despreciado en Washington que carecía de enemigos.
Después de tres meses como vicepresidente, en los que Roosevelt no le dedicó ni 10 minutos para explicarle cosillas como la existencia de la bomba atómica, Truman se vio en la Casa Blanca. No sabía nada. No tenía aliados. Se puso a mandar porque no había alternativa.
En los siguientes meses y años, Truman lanzó dos bombas atómicas sobre Japón y concluyó la guerra, estableció el Plan Marshall para reconstruir Europa, fue decisivo en la creación de la ONU, organizó la OTAN, acabó con la segregación en el ejército (y era racista), reconoció el Estado de Israel (y era antisionista), inició la Guerra Fría, asistió a la victoria del comunismo en China, combatió en Corea contra soldados chinos y aviones soviéticos, destituyó al héroe McArthur, creó el seguro médico. Entretanto, ganó contra todo pronóstico las elecciones de 1948.
Cuando se retiró era impopular y pobre. Tuvo que vender unos terrenos para ir tirando. Hoy se le considera uno de los mejores presidentes de Estados Unidos.
Empieza una presidencia. Veamos qué da de sí.
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