Siempre fantaseamos con el día en que alguien de nuestra edad empezara a jugar en Primera División, esa fecha se pierde ya en la noche de los tiempos y, seguramente, forma parte de aquella época en la que la generación del 79 hizo a España campeona del Mundo sub-20 en Nigeria.
El reverso de tan glorioso debut era el día en que uno de los nuestros emprendiera el camino de la retirada. Aún no hemos cumplido los 30 y sospechamos que ya son muchos los que tuvieron que colgar las botas por unos motivos o por otros.
Cuando nosotros emprendíamos el iniciático verano que dividía el BUP del COU, una joven vitoriana con nombre de patrona Madrileña y apellido de héroe de la mitología hispana, afrontaba sus primeros juegos olímpicos con la misma ilusión e incertidumbre con la que nosotros visitábamos los primeros garitos, bebíamos nuestras primeras copas y sonábamos por primera vez con princesas de la noche que nos liberaran de nuestra inmensa inseguridad adolescente.
Mientras nosotros empezamos a quemar etapas vitales sobre los adoquines de alguna universidad maldita, Almudena Cid cumplió nuestro sueño de visitar las Antípodas y lo hizo además formando parte de nuestro equipo nacional, en unos juegos olímpicos espectaculares, inaugurados por la mismísima Kylie sobre una carroza blanca y que nosotros siempre recordaremos por haber oído la final de fútbol subidos en un taxi, de vuelta a casa en otra aciaga noche en el Cats, una más de aquel fatídico año 2000.
Por fin perdimos de vista la universidad y empezamos a ganarnos las habichuelas en alguna multinacional de las que enclaustran a becarios y personal externo en las catacumbas de sus monumentales edificios. En uno de aquellos veraniegos días de jornada intensiva, nos fuimos al baño y ya no volvimos más, seducidos por los cuartos de final de baloncesto en los que los americanos nos crujieron y mandaron a casa antes de tiempo.
A pocos metros de aquel pabellón de la cuna del olimpismo, una joven española de 24 años escribía con letra estilizada en el libro de la historia del deporte, clasificándose para su tercera final olímpica consecutiva, en una disciplina tan exigente y sectaria como la Gimnasia Rítmica.
Oteando en el horizonte la barrera psicológica de la treintena, medimos con mucho cuidado cada uno de nuestros siguiente pasos vitales, con miedo a olvidarnos de hacer algo, algo que ya no podamos hacer con un 3 como primera cifra de nuestra edad. Timoratos, nos tomamos más en serio que nunca el Carpe Diem, convirtiéndonos en una sombra nerviosa de los que eramos hace una década.
Mientras nosotros seguimos peleando con nuestro peculiar "Otoño de las Certezas", Almudena Cid sigue ahí, donde siempre ha estado: mostrándonos toda su magia desde el tapiz de unos juegos olímpicos, haciendo historia en un deporte que le ha dado todo y al que le ha dado todo, cerrando con lágrimas de oro la puerta de una carrera espectacular, cuyo éxito no se mide en números sino en momentos, recordándonos que lo más importante siempre fue participar y que ya nunca más habrá una gimnasta como ella. Digamos adiós como se merece a una de las mejores deportistas españolas de todos los tiempos: con la sonrisa de los que aprendieron de ella como cerrar etapas de la mejor manera posible.
sábado, agosto 23, 2008
El Final de una Época
Publicado por crooner79 en 6:13 p. m.
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