La culpa fue de mis vecinos de arriba, hacían demasiado ruido y me acostumbraron a estudiar con música. Al principio era clásica, pero luego aprendí a ignorar las letras de las canciones. Todo empezó de una forma absurda, pero acabó derivando en una abstracción de la realidad.
Era fácil mantener una conversación oyendo, no escuchando. Las palabras tenían su propio ritmo y se mezclaban con el ruido ambiental. Siempre me aburrieron las clases, horas desperdiciadas en unas aulas donde podríamos haber sido felices, pero en las que nuestro único consuelo era encontrar un punto de referencia, algo que mantuviera nuestra atención todo el tiempo posible.
Por mucho inglés que aprendiera, todas esas letras no tenían ningún sentido para mi, daba igual que fueran elegantes o barriobajeras, estaba condenado a tararear foneticamente y no entender el mensaje que el cantante intentaba colarme.
En una noche nefasta, bajando por Doctor Esquerdo, el sonido de los claxones envolvía Madrid, como un manto protector que nos recordaba que no teníamos porque vivir deprisa, ni cumplir expectativas que otros pusieron en nosotros, pero que jamás serían nuestras.
Todas esas canciones que jamás escucharemos en directo, constituyen nuestro leitmotiv: la banda sonora de nuestros empates a cero, de las veces en las que no quisimos o pudimos hacer lo que teníamos que hacer. Nuestros remordimientos suenan a voz cazallera, a barras de bar castigadas por máquinas de discos infernales.
Entre melodía y melodía nos sumergimos en el sueño más profundo, el de la tranquilidad que precede a la tormenta. El mundo no estaba hecho para que nosotros lo cambiaramos, porque estabamos condenados a que él acabara transformandonos a nosotros.
martes, enero 06, 2009
Huyendo a los lados
Publicado por crooner79 en 1:56 p. m.
Etiquetas: amalgama
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